viernes, 22 de mayo de 2015

CAPÍTULO 55 "En esa volada"

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Era una sensación rara. La sensación de por primera vez haber tomado la decisión correcta. De por primera vez haberme animado a tomar una decisión, con creces. Pero a mi nunca me pasaba eso, jamás, que se me dieran bien las cosas, decidir en la dirección correcta. En general (y en particular también) escapaba de tomar decisiones. Lo mío era hacerme la estúpida y que la vida resolviera, porque cuando uno decide luego tiene que hacerse responsable de esa decisión. En cambio si la vida te va llevando... Se puede alegar un cobarde: no me di cuenta, no pude, no sé... Como cuando me casé en Norteamérica. No podía decidir si quería o no hacerlo y entonces la vida me llevó, me puso contra las cuerdas, si no me casaba me quedaba sin visa y aunque me importaba un bledo poder entrar al país del Capital lamentablemente mi novio/marido de entonces vivía en ese lugar y sin visa no iba a poder ir nunca más a visitarlo, ergo... No me quedó otra que hacerlo.

Dicen que a los cuarenta se dan tiempos de cambio. ¿Estaría yo en esa volada? ¿En esa etapa de la vida? Porque esa misma mañana, antes de llegarme a la productora de Campanella para la reunioncita primera, pasé por el Rapipago y dejé hasta la plata que no tenía. Pagué la multa del cambio de pasaje a España y a tomar por culo. FIN, me dije, DECIDIDA. Y si no quedás en el puto equipo de guionistas te jodés. ¡El que no arriesga no gana! (Y el que lo hace, en general, en este país de locos, tampoco). ¡Basta de vueltas, Marina! Quintero no se va a escapar de Sevilla (esperaba que no se me muriera justo el gallego, que a ese tipo de cosas, justamente, era a las que me tenía acostumbrada la vida cruenta). ¡Apostás a esto que se supone es lo que más querés en la vida y te dejás de quejarte y rezongar que ya te parecés a tu mamá!

Y hablando de viejas chifladas, la mía había vuelto a dar la nota aterrizando por la noche y yo, que soy medio sorda de una oreja y al parecer me había quedado dormida con la que anda apoyada en la almohada, no escuché el teléfono: mi tía queriendo protestarme porque su hermana inquieta se había levantado demasiado rápido para ir al baño y paf, así como se levantó aterrizó, y mi prima mártir había tenido que bajar los dos pisos por la escalera, llamar al vecino y juntos por suerte fueron dinamita; levantaron a mi madre del suelo. Y al otro día claro, la perorata interminable, de mi madre, porque de alguna manera que yo estuviera ocupada con lo de Campanella tenía la culpa de su aterrizaje forzoso. De alguna manera que nadie nunca pudo ni podrá explicar. 

La cuestión es que ya con el pasaje cambiado y sellado me hice presente en la calle Lemos, en 100 Bares producciones, en donde sí, contra todos mis pronósticos pesimistas, había quedado nomás. ¿Había quedado? ¿Yo? Por suerte me fui enterando que era parte del equipo de a poco, porque lo pude asimilar despacio, que iba a tener que escribir con esa gente ya sapiente, ya empapada. Que iba a ser supervisada con lo que me costaba eso, escribir pensando... 

El resto de los guionistas que había dado la prueba conmigo brillaban por su ausencia pero no pregunté nada. Y por suerte, por desgracia para el pobre, uno de los miembros del equipo tenía a su madre que andaba también con problemitas, entonces no me sentía tan sola. No era sólo mi mamá la que llamaba dos por tres con algún despiole. Los líos de la suya eran peores que los de la mía. La  mamá de él tenía un Alzheimer algo avanzado y la familia toda se estaba volviendo loca, incluido él, que a cada rato salía de la sala para atender el teléfono. Perdón, decía, con su cara ojerosa que no daba más, había que esperar hasta que terminara. Y en una de las veces, sentada en la silla con mi computadora delante sentí una angustia profunda y penetrante, algo a lo que Campanella en ese mismo momento pudo poner palabras: cuando se empieza a ser padres de los padres... Yo ya lo viví..., balbuceó mientras respondía un mensaje por su teléfono. (Pausa larga). Y.... Yo estaba recién empezando, pero todavía no era capaz de entenderlo.

Continuará...

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