Ay |
La Heineken no puede más de rica, qué quiere usted con semejante compañía… Miro a un costado, el comedor es enorme, a lo lejos entreveo su cama (entraríamos los tres lo más bien, ya que pregunta, pero no, me ofreció quedarme abajo, vieja libidinosa). Allí, en esa cama cavila sus locuras, padece sus insomnios el cuerdo de Andalucía. En el piso de abajo no hay lú, sentencia ella, cortito, seco y al pie. La miramos el loco y yo. Y le juro que en este momento no sé si morir de gracia por el relato que me están regalando estos dos guapos o desaparecer antes de que se arme el despelote. Estudio el espacio, elijo donde parapetarme por si las moscas pero no hace falta, Jesús entiende al vuelo la directa y su sonrisa, algo decepcionada, agoniza con un: pero puede quedarse sin lú… Silencio de la colina (condimentado por sonido de cubiertos).
Y usted me dirá que me estoy pasando de la raya, sacando ya los trapitos al sol cual portera sin trabajo y sin marido. ¿Y sabe qué? Tiene razón... Tiene razón pero ocurre que en los trapitos está la belleza del relato. En lo espontáneo, en lo fresco, en lo imprevisto. El pequeño detalle, la reacción impensada. La verdad sale a la luz cuando uno se olvida del examen, de que está siendo observado. Es lo que lograba Jesús con sus entrevistados, que se olviden de la cámara, tocarlos sin que se den cuenta en su fibra más profunda y entonces la reacción afloraba, acto reflejo, como el martillo hace saltar a la rodilla. La verdad está en los hechos, no en los dichos, por eso ya no creo nada a nadie. La verdad de este pirado es lo que yo vine a buscar, genuino y loco a su pesar... por eso lo estoy queriendo tanto. (Sigue en el 73, pique acá si se le da la gana)
Continuará...
me encantaaaa
ResponderBorrarGrazieeeeeeeee
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