Recuerdo el último día que nos vimos en Sevilla, almorzamos juntas en el bar de la esquina, luego me había propuesto acompañarla a Jerez de la Frontera, en donde tenía su otra media vida. Por un lado trabajaba con Quintero y por otro con una pianista con la que cada tanto viajaba. Yo ya había visto a Gala, me había despedido del loco, no tenía ningún plan salvo ir a despedirme de mi Guadalquivir. ¿Por qué no me fui con ella? ¿Por qué siempre el rechazo al imprevisto? ¿A lo incierto? ¿A la desestructura? Irme con ella significaba cambiar la dirección de este relato cuando ya tenía todo casi cocinado. Irme con ella significaba… eso... irme con ella.
Hago silencio esperando la represalia. Que porqué la metí en el blog sin permiso. Que porqué conté las intimidades siendo Jesús un tipo famoso. Nada de eso. Pone las llaves en el switch pero no arranca, pasa una vez el parabrisas por el vidrio delantero. Suspira, se queda hipnotizada mirando hacia adelante. Me llega otro mensaje de texto y otro y otro. Los leo. Miro para la librería. Siento que vuelve a bajarme la presión, se me pone fría la cara, empiezo a hiperventilar. Ella se quita el sombrero, me abanica un poco. Me encaja el sombrero y busca algo en su cartera. Abanicaté... respira, mira, con la panza, desde aquí, recomienda enfática. ¿Es tu amigo? Le muestro el mensaje, asintiendo. Me quita el móvil y lo deja sobre el tablero. Anda, respira hondo, insiste. Respiro. Me van dejando de zumbar los oídos poco a poco. La miro de reojo. Sigo respirando. Me ataca la risa de pronto. Ya, vale, ¿que te encuentra mejor? Me sigo riendo ¿Y anda, que cómo te encuentra? ¿Será que puede dar la charla así? Respiro, me calmo, miro el parabrisas, me pongo su sombrero, niego con la cabeza, me ataca la risa de nuevo. Ella se contagia. (Sigue)
Continuará…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario