sábado, 23 de diciembre de 2017

Capítulo 176 "Mujer sentada en un sillón rojo"

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Yo me duchaba sola, mareada y encendida por la marihuana, por los besos sin fin que acabábamos de darnos en la terraza con ella, en la oficina, sobre Su escritorio, sobre sus locos divagues. me duchaba encendida por esta faceta nueva que se había despertado en mi, en ella, en el relato. Habíamos charlado con él hasta de su mare bajo el techo transparente de la oficina, sobre cómo nuestros progenitores, creyendo que nos hacen un bien, finalmente nos cagan la vida. Su mare se llamaba María, su padre José, y no tuvieron mejor idea que ponerle Jesús a este pobre santo. Y él no entiende, me parece, lo que le hicieron con eso, vivir sintiendo que tenes que sacrificarte por la humanidad toda, que suele ser bastante necia y desagradecida, por no decir pelotuda. Charlamos en voz bajita porque ella dormía desparramada en el sillón de pana roja. La botella abierta de aceite de oliva había quedado a su lado.

Hola, Loco, esta vez la que rompió el hielo fui yo. Qué hay, respondió él, pispeando alguno de sus apuntes jeroglíficos, como si fuéramos amigos de toda la vida. Y quizá lo somos. Hablamos como dos horas. Yo no sabía qué me deparaba el siguiente capítulo. ¿Me voy? ¿Me quedo? Había sido un enorme imprevisto que de la charla esta mujer me trajera de nuevo a la colina, me sentia una completa intrusa pero para irme iba a necesitar un arca de Noé, afuera no paraba de caer agua. Él no había pecado de redundante, por eso es mi protagonista, señora. No me preguntó ¿qué haces acá de nuevo? ¿Qué quiere de mi? ¿Por qué escribite tal cosa en tu bloc? ¿Qué hace sentada sobre las pierna de mi muhé? No. ¿Qué hay?, fue su primera pregunta tras observar a la bella dormida durante unos segundos. Luego se sentó en el otro sillón, el del Gran Jefe que está frente al escritorio y encendió su cigarrillo light. Mientras hablábamos observaba que está más flaco, habla un poco más pausado, pero tiene la lucidez intacta.


¿Tenés un trapo para secar todo esto, loco? Ya estábamos que nos caíamos rendidos de sueño. Entonces la gitana se removió en el sillón, los dos nos quedamos callados. Se incorporó, miró a su alrededor, confundida, con sus pelos enredados, con su musculosa hecha sopa que se le pegaba al cuerpo, sus jeans desabrochados, su ojos sensibles, achinados por la tenue luz del escritorio. Nos miró un momento, nos pidió disculpas y desapareció escaleras abajo. Nos miramos él y yo, solos en la madrugada. ¿Quiere secarte un poco, darte una ducha?, ofreció él, ya más que muerto de sueño. Yo sonreí frente a la dualidad genial de este chiflado. Un día te ve y sale corriendo y al otro te abraza, te invita a quedarte en su casa, te consigue trabajo, ropa seca y te da algo de comer. No estaría mal, respondí agradecida, estoy empezando a tiritar. Entonces bajamos pisando la huella de agua que había dejado ella momentos atrás. (Sigue)

Continuará...

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