Yo me duchaba sola, mareada y encendida por la marihuana, por los besos sin fin que acabábamos de darnos en la terraza con ella, en la oficina, sobre Su escritorio, sobre sus locos divagues. me duchaba encendida por esta faceta nueva que se había despertado en mi, en ella, en el relato. Habíamos charlado con él hasta de su mare bajo el techo transparente de la oficina, sobre cómo nuestros progenitores, creyendo que nos hacen un bien, finalmente nos cagan la vida. Su mare se llamaba María, su padre José, y no tuvieron mejor idea que ponerle Jesús a este pobre santo. Y él no entiende, me parece, lo que le hicieron con eso, vivir sintiendo que tenes que sacrificarte por la humanidad toda, que suele ser bastante necia y desagradecida, por no decir pelotuda. Charlamos en voz bajita porque ella dormía desparramada en el sillón de pana roja. La botella abierta de aceite de oliva había quedado a su lado.
Hola, Loco, esta vez la que rompió el hielo fui yo. Qué hay, respondió él, pispeando alguno de sus apuntes jeroglíficos, como si fuéramos amigos de toda la vida. Y quizá lo somos. Hablamos como dos horas. Yo no sabía qué me deparaba el siguiente capítulo. ¿Me voy? ¿Me quedo? Había sido un enorme imprevisto que de la charla esta mujer me trajera de nuevo a la colina, me sentia una completa intrusa pero para irme iba a necesitar un arca de Noé, afuera no paraba de caer agua. Él no había pecado de redundante, por eso es mi protagonista, señora. No me preguntó ¿qué haces acá de nuevo? ¿Qué quiere de mi? ¿Por qué escribite tal cosa en tu bloc? ¿Qué hace sentada sobre las pierna de mi muhé? No. ¿Qué hay?, fue su primera pregunta tras observar a la bella dormida durante unos segundos. Luego se sentó en el otro sillón, el del Gran Jefe que está frente al escritorio y encendió su cigarrillo light. Mientras hablábamos observaba que está más flaco, habla un poco más pausado, pero tiene la lucidez intacta.
Continuará...
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