Última madrugada del año. Serían alrededor de las siete de la mañana. Volvíamos de la disco para la casa en la camioneta estrambótica, empezaba a aclarar pero la calle estaba bastante transitada. A mi lado el muchacho que organizó la multitudinaria fiesta y uno de los dos modistos simpaticos. Atrás lleno de gente. Ella contaba desde el volante que un señor la diseñó especialmente para el loco y yo le creo, es bastante loca, por dentro y por fuera, de la Hummer le hablo, bueno, y de ella también. ¿Será que la diseñó el mismo tipo a la gitana? ¿Será que la diseñaron para él? ¿Será que han sido diseñados el uno para el otro y la que sobra acá soy yo? Pienso cosas horribles como estas, sí, porque así se me parte el alma y me di cuenta en el 164 que con el alma partida escribo distinto.

Automáticamente se le transformó la cara a todos, ella desaceleró la máquina tuneada. Del silencio estuporoso pasamos a la desesperación. ¡Gaviño!, exclamó el modisto. ¿Alguien conoce a Gaviño? ¿Quién coño é Gaviño?, respondió Ella nerviosa, el control estaba cada vez más cerca. ¡El consejal de seguridá! ¡El consejal de seguridá!, opinaba otro desde atrás. ¡Ese es chorizo! ¡Es un chorizo! ¡Y a mi qué coño me importa que sea chorizo si-- Las voces empezaban a encimarse. El fulano que había organizado el evento reía borracho a mi lado, creo que de los nervios. Mientras se aflojaba el moñito colorado del cuello le pedía a ella que doble, que los esquive. ¡Que no hay pa dónde virar, tío! Ella sacó su móvil y empezó a marcar, se detuvo a un costado de la ruta y yo no quería pensar en la reacción del loco si volvíamos sin su chiche floreado. Entonces, mientras anotaba in mente cada detalle de la situación para escribirla luego, me dio un vuelco el corazón, me acordé de que no tenía mi pasaporte. (Sigue)
Continuará...
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