Le pedí a Melchor que se los lleve |
Hace ya cuatro días que no sé de Ella y la verdad es que la estoy empezando a olvidar, un poco me obligo, sí, pero además me he desencantado. Eso da cierto poder. Le quita ventaja al amado y se lo otorga al amante. Puedo incluso pensar sin que se me cierre la garganta en que nada volverá a ser como antes, mire usted. Yo vine hasta acá por el Loco, que quede claro, me gasté hasta el último peso de la producción de mi obra para escribir el final de esto que será con Él y no con ella. Desencantarse da cierto poder y a veces nos lleva a hacer cosas... Contradictorias, que no viene al caso escribir. Por ahora.
Ahora escribo desde la notebook de Sancho Dragone (o algo así) que resultó ser al final un tipo interesante. Me convidó una pastilla que es para la energía, para levantar el power, dijo, queriendo hacerse el argento, supongo, pero todavía no me la tomé. Este estado catatónico planchado me ayuda a no angustiarme tanto por mis contradicciones, por las cosas que hice en la Nochevieja, culpa de Ella. Él habla de cosas exóticas, Dragoni, y eso me hipnotiza, me lo hace más llevadero. Le ha tocado un cuarto bastante hippie y me siento recómoda con él. Adiós, Gitana. Forever adiós. Fernando vivió por todas partes y aprendió de todo un poco. La notebook de él no se cómo recibe el paquete de datos del móvil de otro que se llama Rivera pero no es el político, creo que es veterinario porque se la pasa hablando de toros. El protagonista de esta historia a veces está y a veces no lo veo por ningún lado y así son ellos dos... Ella se va y cuando vuelve por ahí Él no está… Y yo los observo de lejos, capturo retazos de sus miradas, de sus gestos, de sus auras carsismáticos encandilanes... Bueno, sí, a veces de lejos y a veces un poquito más de cerca, digamos que bastante más:
Bajé de la Hummer olorienta y tomé una gran bocanada de aire. El de la Guardia Civil seguía acercándose a nosotros. Ella iba y venía muy malumorá, todavía con el móvil en la oreja. Los modistos discutían entre ellos cuál de todas las opciones que teníamos era la menos peor. ¿Quién de nosotros za jincao meno cruzcampo?, preguntaba desde la ventanilla del carro la muchacha desacertada. El de moñito seguía espatarrado sobre el asiento trasero pero ahora babeaba un légamo espeso. Con mi dilema del pasaporte a cuestas caminé hacia la gitana, en un intento de consolarla, yo a ella, que me había destratado toda a noche, acto estoico si lo habrá, y cuando estaba a dos pasos de ella noté que no llevaba el sujetador, corpiño que le decimos nosotros, sus terrones de azúcar bajo la remera oscura, y eso me desvió la línea de acción, mi concentración se fue al garete otra vé. Y lo menos feliz de este infeliz fin de año es que ella me vio viéndola a pesar de mis vanos disimulos. Y hay males de ojo de los que no se vuelve. (Sigue)
Continuará...
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