sábado, 13 de enero de 2018

Capítulo 193 "La misma cosa"

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Y ella es así, como si fuera un tipo, ¡la misma cosa! Te busca, te vuelve loca, te enciende la llama, la calentura, te corroe por dentro, te morfa a besos por todos lados bajo la puta lluvia de la borrasca o bajo la sombrilla de la playa gay o en el quincho de la casa a pocos metros de todo el borracho periodismo de España y de pronto se queda dormida. O se va. O se olvida de vos hasta que se acuerda. ¿Por qué yo no puedo ser así? ¡No estar tan pendiente del otro! Y encima toma alcohol y no le queda mal aliento y aunque hagamos la guerra sobre la cama veinte veces el pelo siempre lo tiene precioso. (Ya me calmo). Hacía una hora que la observaba roncando porque si se pone boca arriba ronca y hasta así es wapísima… A mi ex cuando roncaba le daba un codazo y el tipo se daba vuelta pero acá temía que si lo hacía con ella se despertara y de vuelta titanes en el ring, y yo ya no daba más de tanto sexo.

Todavía tenía el pelo mojado de la ducha borrascosa, yo. Ella estaba fusilada. Abandoné el intento de despertarla y salí de la cama de nuevo. Eran ahora casi las 9:00 de la mañana, volvía a llover a cántaros. ¿Y hasta qué hora duerme esta gente los sábados? Hice el cálculo, en Argentina eran las 13:00 y mi mamá estaba sola hasta las 14: bomba de tiempo. Necesitaba mi teléfono, aire, agua, el ipad, descargar parrafadas catárticas, dormir un poco, realmente no daba más. Me puse de nuevo la remera ajena y mi bombacha beige. Pasé por la cocina y me tomé un vaso de agua casi de un solo trago. Fui al baño, seguía hecho un desastre, limpie con un trapo el piso embarrado, tiré la vendita con sangre de su tajito y quedó un poco menos horroroso. Enjuagué la ropa de las dos, incluida su braguita roja. Me lavé la cara y luego ahí me quedé, parada sin saber qué hacer.

El televisor seguía sonando al igual que el viento de Ana. Subí por las escaleras hacia el sonido. Quería hablar con Él sobre todo este quilombo, cosa que no habíamos hecho en su oficina la noche anterior, cuando nos descubrió a las dos empapadas sobre su escritorio tras el intento fallido de rescatar las macetas. Necesitaba imperiosamente saber qué pensaba de mi, si me odiaba, si creía que era una enferma mental, si pensaba que me había excedido y por qué había huido el otro día cuando me vio en el bar… Y también quería dormir porque no daba más. Me asomé por la puerta de donde venía el sonido y ahí estaba el loco andaluz, dormía a pata tendida en la enorme cama de sábanas rojas. Retrocedí automáticamente sobre mis pasos, era demasiado. ¿Cómo me iba a meter así en la pieza del periodista de los silencios, la eminencia, el reservadísimo? Bueno, podía no escribirlo todo esto, ¿no? Miré el panorama un momento más desde la puerta. Entré. Lo observé durmiendo profundamente a un milímetro del borde de la cama queen size, su mano hacía de almohada sobre la almohada. Dudé. Me senté en el otro borde, a kilómetros de él aproximadamente. Miré la tele un segundo, creo que llegué a preguntarme algo más y luego caí rendida. (Sigue)

Continuará...

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