En el Teatro Quintero |
Dragún, Ana y un muchacho pelado y pelilargo siguen atrás, sus cabezas se mueven al son del movimiento de la camioneta. Risita maneja, cada tanto ríe como idiota y maniobra brusco, le está haciendo el show a la de escote, a Ana, se hace el gracioso para ella y a mi me dan ganas de empujarlo por la puerta pero no, si lo hago nos matamos todos. ¿Ahora que estamos tan cerca del final? Ni loca. Ya tengo la plata para el pasaje de vuelta, por suerte y gracias a Begoña, ayer di mi masaje crucial en su peluquería de Álava, treinta euros, y me sobran unos pesos, tengo que volver, los quilombos en Argentina se me están acumulando a roletes.
Me da la sensación de que atrás don Fernando y la de escote tienen algo en común, como un vínculo particular, más que cercano. Risita le hace el show a ella y ella se lo está haciendo a Fernando, me parece. Abro la guantera de la Hummer, hay veinte pares de anteojos de sol estrambóticos, me pongo unos más o menos discretos. Sigo con mi cabeza apoyada sobre su hombro, cierro los ojos y puedo entender un poco a la Gitana, el Legendario tiene esto, por momentos lo odiás, por momento lo compadecés, después lo amás, querés ayudarlo… Suspiro. Le tomo la mano, la tiene apoyada sobre su regazo, nadie me ve, está congelada, se la aprieto fuerte, posiblemente me meta en aprietos por ello, si lee esto quien no debiera, le friego los dedos para que le vuelva la circulación, como si eso fuera a aliviarle la pena por su teatro. Detente, detente aquí, Risitas, dice el Loco. Risita estaciona. Y así es la vida, cuando empezás a disfrutar del viaje, cuando entendés más o menos cómo es que se disfruta del camino, te ponés viejo y te morís. (sIGUE)
Continuará...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario