domingo, 17 de junio de 2018

Capítulo 302 "Los postigos de mi tristeza"

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El guapísimo preparando motores
Tan absurdo como lo que le pasa a Rocío, venir a metejonearse de esa manera con alguien que ni conoce, ahí está, vos, que te haces la que no la entendés, y mirá, sentir que estando con este loco señor nadie va a poder lastimarte, Marina, un señor al que le conocés apenas los postigos de su tristeza vistos de afuera. ¿Cuántas veces lo viste? ¿Qué compartiste? Y lo poco que le conocés te dice que mucha estabilidad y seguridad con Él no es lo más probable… ¡Bueno, pero hay gente que se siente segura estando en la cárcel! ¿El preso está preso porque un juez lo dictamina? ¡No! El preso tiene miedo a la libertad… Sin embargo es cierto, no me voy a defender con argumentos ocurrentes y desubicados, porque la siento, che, la seguridad, el amparo, me siento segura estando con Él, como si fuera un padre que me va a cuidar… qué parajoda.

Y pasando revista me acordé de otra parajoda, de ella, la chica del correo, me gustaron en mi vida tres mujeres, está fue una, con ella me pasó esto tan raro de sentirme amparada por alguien a quien prácticamente ni conocía. Su pelo negro me desencajaba, lacio y recogido por detrás, todo brilloso. A veces se lo dejaba suelto y alguna vez pensé que se lo dejaba así para mi, una tontería, pero lo pensé. Tenía una mirada intensa y a la vez maternal. De su cuello colgaba una cadenita con una niña dorada, tenía una hijita. Verla dependía de que me salieran paquetes para despachar, cuando empezó a gustarme los paquetes eran la bendición, antes de eso ir al correo era una tortura, ergo, el amor hace de la vida algo tolerable, algo hermoso. Fue como un año de miradas y saludos tímidos, desconcertados, intensos, frustrados… Algunas veces la miraba y me daba la sensación de que me pestañeaba, eso me hacía pensar que le costaba mirarme, que yo le gustaba, pero otras me atendía rápido y me iba con una desazón terrible.

Y un día fui y no estaba. Hacía como una semana que no iba así que estaba de lo más ansiosa. Las otras tres sí estaban pero ella no. Me quise morir. Me fui del lugar con las lágrimas colgando bajo mi casco, pensando las tragedias más terribles, que se había mudado lejos, que la habían cambiado de sucursal, que la habían echado, y yo nunca le había dicho nada y ahora ya era tarde. Busqué en internet y nada de nada sobre ella. Entonces supe que me importaba, que no era un bobada de jugar al mironeo, no, porque llegué a mi casa y me invadió el desamparo, la vida que ya no tenía sentido. Ojo, yo era consciente de lo absurdo, porque nunca habíamos cruzado más que un hola, ella detrás del cristal miraba su computadora y yo la miraba a ella, eso era todo, y sin embargo, de alguna manera, me sostenía. La historia sigue y es larga, como el arte, pero lo más importante es que cuando volvió, porque había estado enferma, le di una carta en la que le confesaba todo. Se quedó absorta, le cambiaron los ojitos, gracias, llegó a decirme antes de que yo huyera por la puerta, había cometido el peor de los crímenes: decirle que era muy linda. (Sigue)

Continuará...

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