Había llegado a Jerez por la mañana, estaba empezando a hacer calor, mediados de mayo, creo, ya con tanto flashback y saltos temporales no sé ni en qué situación vivo, así que ni me pregunte, vieja catastrófica, vaya mejor a mirar la tele que parece que Urdangarín y Puidgemont son pederastas, vaya, vaya, y déjeme de joder. A veinte kilómetros de llegar empecé a ponerme nerviosa, la valentía en el ojete quería meterme, como siempre. Pero a mis cuarenta y dos estoy aprendiendo a lidiar conmigo, y a ganarme, supongo que de eso se trata. Arranco en el momento del coraje inconsciente y cuando me agarra el amedrente ya es demasiado tarde, o casi. Todavía podía no ir a buscarla, no le había avisado a nadie que venía, podía esperar el siguiente micro y pegar la vuelta, ir a visitar a mi amigo de Jerez, quedarme en Cádiz, tirarme abajo del tren, pero me conozco, sé que ya estando ahí voy a seguir palante porque todas esas otras posibilidades no me motivan. Begoña me estaba esperando en Sevilla para irnos a Álava, no podía irme sin hablar con la Gitana.
Bajé del micro y me fui derecho a alquilar una bicicleta, era martes, once de la mañana, la Gitana, si los planes no fallaban, estaba en su clase de yoga, a unos cuántos kilómetros de la terminal de Renfe. Me parecía mejor verla ahí, sin hijo ni mare mediantes, y si quería pegarme que me pegara, me lo merecía con creces, además no quería volver a su casa, a dónde habíamos sido tan felices, a dónde nos habíamos amado tanto. Bueno, felices lo que se dice felices súper súper felices no, porque Él siempre en el medio, Él y el denso del pare de su hijo, pero sí que fueron los días más intensos, no digo de mi vida porque no quiero darle tanta importancia a Ella, pero de esta aventura y hasta ese momento seguro.
Habitación Ubrique, ¡una para los dos! |
Continuará...
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