miércoles, 25 de julio de 2018

Capítulo 329 "Yo adivino el cuchicheo"

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Y Ahí FUE QUe hizo algo con su cara, un gesto como de hartazgo, la Morocha, todavía las dos sentadas en la Repsol, cerca de Madrid. No sé si lo hizo por el griterío que había o porque yo no paraba de hablarle de Ella, de la Gitana. Callate, callate y dejá de hacerte el gracioso, Gordo, que te vas a pegar un porrazo y hoy es primero de año, no te salva ni el legendario loco de la colina, porque los médicos están todos borrachos, escuchame, escuchame y dame un traguito de birra, por el amor de dios, que me hierve la cabeza. Yo no paraba de hablarle de la Gitana, de cuánto la amaba, de todo lo que me importaba, de cÓMO me lastimaba. Le hablé más de doscientos kilómetros sin parar, o trescientos, pobre, le hablé sin parar sobre la Rubia, hasta le mostré el cuadro que hizo de mi, tenia la foto en el teléfono, no le dije que me pintaba y me follaba, en ese orden, cada cinco minutos, eso me lo guardé. Y encima cuando por fin me dio un consejo casi que la mando al carajo. ¿Y sabés qué? Ahora me doy cuenta de que hablarle de la Rubia fue mi manera de decirle que no, que no me podía quedar más, que no me ofreciera nada porque no quería quererla, aunque se hubiera manejado los novecientos kilómetros para verme, sola, bajo la lluvia, bah, en realidad pensaba que no podía quererla, porque éramos de mundos muy diferentes la Osada de Ibiza y yo, muy diferentes. ¿Y?, me digo ahora, no voy a agregar esa pelotudez de que los opuestos se atraen, pero sí, se atraen mucho, y cuando el opuesto se ofrece de alma y cuerpo a una no le queda otra que caer; la generosidad y el respeto, el arma letal... Bueno, y también me halagaba bastante, por el ego te entran casi seguro.

La Morocha me escuchó, pacientemente, durante todo el trayecto, me dejó desahogar, y yo, equivocada como siempre, pensé que la estaba lastimando, me sentía una harpía, una hija de puta, ella ofreciéndome su casa, toda enamorada, metejoneadísima conmigo y yo hablándole de la Andaluza pero es que necesitaba poner distancia, ¡si no me podía quedar! En un momento se largó a llover en la ruta y empezó a sonar el boludo de Calamaro, tiene unas letras de mierda, muy pelotudas, pero son pegadizas, viste, él sabe que a los humanos se nos pega más lo pelotudo que lo sesudo, y bueno, casi me pongo a llorar, como para no variar, ya estábamos cerca de Madrid, me puse sensiblera porque llegué a la parte complicada del asunto, al finalizar la clase de yoga:

Entré con una pavura espantosa a la salita en donde se estaban cambiando todas, los delfines se habían callado de pronto, lo único que se escuchaba era el cuchicheo de las pocas practicantes que quedaban, mirando el piso me acerqué hasta el banco de madera y me senté, esperando que Ella fuera la que me descubriera, me puse las ojotas e hice un poco de tiempo, era lo único que tenía para ponerme, hice como que buscaba algo en mi bolso, a ver si Ella me tocaba el hombro y me decía ¡guapa! ¿Qué haces tú por aquí?, y me daba un gran abrazo, porque sólo vernos después de tanto tiempo a las dos nos iba a importar poco todo lo que había pasado, las broncas, las neurosis, los encules, el mensaje de texto. Pero nadie me tocó el hombro y poco a poco la sala empezó a quedar vacía. (Sigue)

Continuará...


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