domingo, 29 de julio de 2018

Capítulo 332 "El porqué de la rotonda"

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Sí, quizá tendría que ir a la guerra, exponerme de verdad a la muerte, y así sí me funcionaría la fórmula Nietzscheana, así dejaría de tener tanto miedo a las reacciones humanas porque lo que no mata engorda pero, ¿sabés qué? Yo creo que me pasaría como a Tom Hanks, cuando recién vuelve de la isla desierta valora todo, hasta el más mínimo detalle, y no le tiene miedo a nada, a nada, pero a la semana de vivir en un piso con ducha caliente se le va el efecto y de nuevo se pone burgués, maricón, ya se le olvida todo, y ojo, irse a la guerra no es garantía tampoco de sufrimiento, una vez escuché en un reportaje a una chica, tendría veinte años, le preguntaban sobre la guerra, vivía por aquellas zonas de medio oriente que están siempre peleando, bombardeando. ¿Y sabés qué dijo ella? Que le gustaba, porque cuando sonaban las sirenas se juntaba toda la gente en los puentes y charlaban y hacían música, como si fuera un picnic, mientras miraban a lo lejos los destellos de los bombardeos. ¿Viste vos? Qué imprevisible todo.

Morocha Osada en Madrid.
Así que yo pensando que me iba a tener que defender cuando llegara a la casa y la viera, pensando en cómo hacer para que me perdonara, al ñudo, pensaba al ñudo por esto de lo imprevisible, de que el otro es otro y no se sabe con qué carajo puede salirse. Imaginaba miles de argumentos para justificar ese mensaje espantoso que, de paso, no volví a escuchar pero tenía guardado, para en un futuro, cuando me animara, evaluar si me seguía pareciendo tan desacatado o había sido todo producto de mi exageración, de mi dramatismo Belenestebiano. Vos no me conocés todavía, soy muy melodramática, pero no hago espamento para afuera entonces no se entera nadie.

La cuestión es que comí unos sanguchitos de jamón crudo con café con leche, más que apurada, y seguí viaje, quería sacarme ya el asunto de encima, a veces me agarra el pánico y a veces la premura, pero ¿sabés lo que me pasó por tanto apuro? Tomé para el otro lado, en la rotonda Michelin, salían callecitas para todos lados, yo me acordaba de la casa esa de la venta de pino, pasamos varias veces por ahí cuando mi estadía con Ella pero no recordaba para donde mierda había que agarrar. Mi móvil no había cargado nada porque estuve poquísimo,como mucho una línea de batería y casi que me la gasté en sacarle dos fotos a la taberna andaluza...

Sin la tecnológica ayuda, cae de maduro, el humano se ha convertido en un idiota. Hice casi diez kilómetros para el otro lado hasta que me avivé y pequé la vuelta. E imaginate, el terrible suceso ya estaba teniendo lugar, en el cuarto de Ella, qué doloroso, pero yo todavía no lo sabía, y si hubiera hecho caso a la receta draguniana, de que las cosas pasan por algo, hubiera seguido hacia el rumbo equivocado y me ahorraba el disgusto. Hasta hoy, Morocha, hasta el día de hoy me sigue teniendo amargadísima porque yo creía que en Ella sí podía confiar, pero tampoco y eso es terrible. Vas a romper la ventanilla así, y no me imagino lo que sale un vidrio para este auto, no me quiero ni imaginar. ¿No podías esperar a que lleguemos para tomar eso? Ya casi casi que estamos. ¿O no? Mirá si nos para la cana, vos con olor a alcohol. (Pausa) Bueno, hacé lo que quieras. ¿Está rica? Dame un traguito. Más guapa que el habano le quedaba la cerveza, no te das una idea, Gordo, y ella creo que tampoco. (Sigue)

Continuará…



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