martes, 7 de agosto de 2018

Capítulo 339 "La catatonia y la pluma"

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Lo extraordinario se volvió ordinario, la zona desconocida me era conocida, me di cuenta ahí mismo, en el aeropuerto de Barajas, de que no sentía nada, me había quedado vacía, me había vuelto inmune a la catástrofe, una paralítica emocional. ¿A dónde estaba ese rechazo tan fuerte ante la idea de tener que volverme a Buenos Aires? ¿De tener que cuidar de mi madre hasta que la muerte nos separe?, esa inspiradora sensación de no hay salida. ¿Y la angustia desbordante sólo imaginar no volver a ver a mi Gitana? ¿No compartir tortitas  nunca más con el Cuerdo de Andalucía? Pensaba en que Ella ya no me quería, recordaba sus rasgos, la situación de Jerez después de la boda, pero nada. Había hablado horas sobre la Rubia y en el Volvo todavía funcionaba, se me ponían los ojos vidriosos, quizá por la música pedorra de Calamaro, eso ayudaba, sí, pero luego ahí, mirando los carteles de arribos y llegadas, me di cuenta de que no me causaba más efecto, no me provocaba nada pensar en Ella, ni en Él, ni siquiera aparecía el terror a que el Loco a estas alturas me odiara y me tildara de fanática desubicada. Ni eso.

En el Volvo había quedado Rocío esperando. Y esa era otra, yo pensando que la Morocha estaba metejoneada conmigo pero no, ni siquiera eso me quedaba. Estaqueda en el aeroparque, con el móvil en la mano, ahí estaban los datos de mi viejo pasaje, y sensación de catatonia en la cabeza. Me puse en la fila de Iberia, autómata, desalineada. Delante mío había una familia tipo, rubios ella y él, rubiecito el niño, rubiecita la adolescente. Se los veía felices, todo lo contrario a la idea que yo tengo de una familia. ¿Cuánto haría que estaban juntos? La hija tendría catorce, mínimo quince de casados, y seguían mirándose enamorados, con esa complicidad con la que se miran los que se conocen hasta las curvas más cóncavas del alma. Yo nunca tuve eso, la sensación de armonía, de equipo, de acompañamiento, paso de la angustia a la catatonia, igual que con esto de vivir para escribirlo luego.

La bella chica de Iberia los atendió a ellos y después seguía yo. Me pregunté cómo iba a hacer para seguir escribiendo así, si sería pasajero o era algo que se quedaba para siempre, si se me habría roto algún circuito tanto exponerme a la emoción y hacer uso literario de ella. Escuché el zumbido de mi oído, me imaginé sorda e incapaz ya de escribir alguna cosa, como le pasó a Sartre, a Borges, se quedaron ciegos y se les terminó la vida, a Borges no, era un estoico, siguió palante, su nivel bajó muchísimo pero él siguió, y nadie rebaje a lágrima o reproche esta declaración de la maestría de Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche. (Sigue)

Continuará...

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