Ella y su amigo Iphone |
La catatonia desapareció súbitamente. Di media vuelta y enfilé para el auto. Se vino hasta Álava porque no tenía algo mejor que hacer. Porque se sentía sola y le sobraba la nafta o estaba probando el Volvo recién salido de la concesionaria. ¿Y ahora qué hago con lo del pasaporte? Dios mío. Llegué a preguntarme si eso sería posible, que alguien se manejara mil kilómetros para ver a alguien más que ni le fu ni le fa. ¿Quizá, cuando uno tiene tanto de todo, dar da más o menos lo mismo? ¿Qué diferencia me hace dar una casa si tengo mil? ¿Ofrecer trabajo si puedo hacerlo y me sirve? Voy a tener que ir al consulado a averiguar. Pero no, ahí adelante la Morocha me estaba demostrando que sí le importaba Marina, que una vez más yo la había errado imaginando idioteces. Me pedía que fuera por la Otra con la voz temblequeante. Y ahora estaba segura de que no sólo estaba enamorada de mi, esta chica nunca se había enamorado. Terminó de decirme que no fuera una cobarde, que fuera por Ella, en cuclillas me lo dijo, pasando y pasando su mano llena de anillos por la mancha de ceniza de la alfombra, para que yo no le viera la carita dolida. Joder, exclamó, porque la mancha no se movía de ahí, acto seguido le entró un whatsapp y escapó de la pieza, ya respondiendo un mensaje de voz. Como si nada. La estaba empezando a conocer. (Sigue)
Continuará...
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