Se levantó a arreglar el sonido que salía de la Notebook, el problema estaba en el cabezal sucio, se levantó claramente excedida de coraje de vivir pero en el estado en el que estaba lo que menos podía era conectarse con lo que estábamos viviendo. Volvió a sentarse a mi lado. ¿Qué ta ocurrío, Marina?, volvió a preguntarme, sin mirar, sin dejar de teclear el puto aparatito, su teléfono, tecleaba, se reía, y me volvía a preguntar. ¿Qué ta ocurrío? No esperaba mi respuesta, preguntaba y chateaba, incoherentemente. Empecé a sentirme mal, peor que incómoda, como un malestar paranoico me agarró, entré en argentino mode, el miedo a que fuera una ladrona que quería drogarme para robarme; el miedo a que tuviera un cuchillo en su cartera; el miedo a que enloqueciera y me atacara; el miedo a que no quisiera irse, a no poder sacarla del departamento; el miedo a todo eso que es moneda corriente en las noticias de Argentina. ¿Y si era parte de una banda de trata de personas? Ahora tenía mi número, mi nombre, porque le había contado del blog y le pasé incluso el capítulo primero… Ella lo sabía todo de mí. TODO.
Guardé la guitarra en su funda, como para alejarme de ella sin levantar la perdiz, me senté en la silla al lado de la mesa, en silencio, oyendo la música sin oírla, pensando en cómo invitarla a irse sin que armara escándalo, me lo veía venir. ¿En qué lío me había metido yo? ¡Este era un lío real! ¡De vida o muerte en serio! ¡Del que realmente no sabía cómo carajo escaparme! Dejó el teléfono a un lado y me miró, seria otra vez, con el mechón de pelo negro que le tapaba un poco los ojos. Me había jurado que no era teñido cuando le pregunté, pero no le creí. A mi me están saliendo canas y tengo cuarenta y tres, ella con cuarenta y ocho mirá si no iba a tener, ese fue el primer indicio de que era mitómana. El mitómano falsea la realidad para que sea más soportable e incluso puede tener una idea distorsionada de sí mismo, generalmente con delirio de grandeza.
Continuará...
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