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Mi paranoia se quedó dura. No le dije nada pero se ve que sintió la necesidad de explicarme, porque iban y venían, ella y su locura, su locura y ella, que aseguraban que la loca era yo, la cerrada, la miedosa, era como si fueran dos en una, de pronto se reía y tecleaba, como si nada pasara, y de pronto se paranoiqueaba y casi que me gritaba, me dijo que qué la miraba así, que ella no era una delincuente, por suerte no dijo delincuenta, creo que no lo hubiera soportado, me explicó que un móvil lo usaba cuando salía del país y el otro acá, por eso tenía dos. Ah, me dije, después de una pausa, y me la quedé mirando. En ese momento me cerró su excusa, algo adentro mío insistió con que estaba imaginando todo, yo, la loca, la exagerada, que no era la chica una traficante de órganos, o una asesina, o una psicópata, que todo era producto de mis fobias, que tenía razón ella, yo me cerraba, no me permitía vivir, no dejaba que me tocara la varita mágica de la María para así juntas disfrutar del bello psicodélico momento. Me imaginé a mi psicóloga retándome porque no me había animado a fluir, porque me había cerrado, me sentí limitada y miserable… No soy una delincuente, volvió a decirme, y yo logré calmarme un poco, parecía que amainaba algo esa rareza que nos había sorprendido, sobrevenido.
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Hoy |
Tengo que levantarme temprano, le expliqué de nuevo, le conté lo de mi madre, todavía sentada en la silla, con la voz lo más tranquila que me salía, la mirada apuntando a sus ojos brillosos pero todavía chispeantes, le expliqué eso en un intento de que comprendiera, que no podía estirarlo más, necesitaba que se fuera lo antes posible, eso no se lo dije, pero me seguía sintiendo muy incómoda, la piba era una bomba de tiempo. Le ofrecí acompañarla hasta donde necesitara, me di cuenta de que estaba transpirando. Y ahí la cara le volvió a cambiar. ¿Ya quieres que me vaya?, lamentó, no puede ser que seas así, Marina, y encendiendo el cigarro de nuevo, completamente relajada, empezó a relatarme una historia “de las suyas”. Que había estado en el Gran Cañón del Colorado con un tipo que se cruzó no sé dónde y habían terminado en Texas, recorrieron USA en una Harley Davidson, porque a ella le gustaba vivir, necesitbaa vivir, y entonces no podía estar con alguien como yo porque ella sí se le animaba al mundo, a la aventura, a dejarse llevar, ella no truncaba al Universo que constantemente te pone OPORTUNIDADES delante para sacarles el jugo. Yo era truncadora. Estaba más que claro. Y mientras seguía reprochándome cosas recordé que después de la conferencia de Escohotado había visto por Facebook que coincidíamos en un grupo facebookeano de filosofía. ¡Qué coincidencia!, me había dicho cuando se lo comenté. Me agarró la paranoia de nuevo. Dios mío. ¿Cuánto hacía que la mina esta sabía de mi? ¿Y si había caído a la conferencia no para ver al Gurú sino porque yo dije en el grupo que iba a ir y-- Snetí el miedo en el cuerpo. Me paré y fui derecho hasta la puerta del apartamento, en un segundo la abrí de par en par y le alcancé la campera. Ella estaba chateando de nuevo, a cuatro manos. No se dio cuenta de que me levanté.
(Sigue)
Continuará...
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