Su escuela de remo en Triana. |
Conduje a ciegas como cuarenta minutos, desde Alhaurin hasta Málaga, por la inhóspita y deteriorada A-357; creo que se bajó por la avenida Andalucía, ni ella sabía cómo volver a “lo de su prima”, o “a lo de su tía”, ya no recuerdo a dónde carajo quería que la llevara, quizá no tenía a donde ir, me había dicho que era nómade, tal vez lo que buscaba era un lugar en dónde parar, no lo sé, por suerte tenía el auto de alquiler, yo, no había llegado a tiempo a devolverlo y quedó durmiendo en la parte de atrás del departamento, era la preocupación del día, cuánto me iban a cobrar por la demora, hasta que pasó lo que paso con esta chica, claro, entonces la preocupación se volvió más básica, cómo sobrevivir a la chiflada.
Me había puesto la mano en el pecho mientras me aguantaba el humo adentro lo más que podía, quería que la droga me fulminara la resistencia, quería animarme a vivir, como me reclamaba ella, loca de mierda, yo mantenía los ojos cerrados. Pedro Aznar seguía sonando pero ahora no saturaba, el tiempo es veloz, decía él, pero acá pasaba cada vez más lento, ella había sabido arreglarlo, el parlantito, no se ni cómo. Abrí los ojos. Me estaba mirando. Tiene ese tipo de ojos que tanto me gustan, algo achinados, curiosos, despiertos, intrépidos. ¿Ya no me querrás más?, preguntó, otra vez con gesto demente. Mira que me he encariñado contigo, Marina. ¿No nos veremos más? ¿Ni como amigas? Yo no respondía. ¿Por qué volví a sentarme a su lado? No me acordaba. Mi amor, me dijo, ¿que vas a bloquearme? Sentí un malestar en el pecho, no era ardor, era otra cosa, una sensación fea, cuando respiraba. Tenía ojos intrépidos pero no intentaba nada, como si lo erótico se nos hubiera bloqueado a las dos. La puerta seguía abierta de par en par. (Sigue)
Continuará...
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