Las luces cada vez más cerca, la noche cerrada y negra. No tenía idea de cuanto faltaba para Málaga porque tampoco sabía usar el GPS del auto. Ella con su mano en la pequeña manija de la puerta, gesto de amenaza, tensión en el aire. Pero en este camino aprendí que las situaciones tienen la connotación que sepamos darles, si yo vivo de feliz manera la catástrofe, ya no lo es tanto, así que me quedé en el molde, manos al volante, mirada fija en el camino, no se va a tirar, repetía para mis adentros, no va a ser tan chiflada, Marina, estás exagerando, no seas tarada, mirá que hermosa la luna casi llena… Y si se tira… que se tire. ¿Cómo que se tire? ¿CÓMO QUE SE TIRE? ¿Y si se lastima? ¿Y si se mata? Obviamente primero pensé en mi, como todo el mundo, aunque anden por ahí haciéndose los samaritanos, aunque sea políticamente incorrecto, el primer impulso es siempre pensar en uno y no está mal porque si no te cuidás vos no te cuida nadie, repetía mi madre siempre en las reuniones de tupper que hacía en casa. Así que pensé en mi, en lo que me podían hacer sus familiares si la chica se lesionaba feo o se mataba. Estaba en un país extranjero, presa en el exilio, pensé, ni media alma que pudiera llevarme cigarrillos, el Loco y Ella que ya no me iban a ayudar porque después de su último abandono del hogar habíamos cortado relaciones para toda la vida.
¿No quieres verme nunca más?, volvió a increparme, su súperiphone sonaba y sonaba pero no se percataba, eso me percató de que estaba algo fuera de sí, no estaba jugando, no estaba simulando, la fumata algo había hecho en su cabecita de novia. Ahora sí que se le había alborotado el pelo, porque me miraba fijo y el viento le daba desde atrás, el flequillo le golpeteaba los ojos pero ella como si nada. Su imagen fantasmagórica enajenada, sus lentes de marco grueso. Buscaba desesperadamente una palabra que la calmara, no la encontraba, ya había intentado antes virar la conversación hacia otros pagos, a ver si la energía espesa de la atmósfera cambiaba, hablarle de nimios temas, de si la extinción de los humanos le parecía algo bueno o malo para el planeta, por ejemplo, de si todo el sufrimiento que causamos a la natura se compensaba o no con lo que desarrollamos gracias a nuestra razón, pero no hubo caso, seguía en su dirección abrumadora criticona, insistía con echarme la culpa a mi de la rareza que nos había acaecido, cualquier cosa que yo decía la daba vuelta, la enroscaba a más nos poder, y ahora esto, su mano en la manija de la puerta, y fue más lejos, jaló de ella y la traba cedió, con el índice lo hizo, bien jodidita. Entonces no pude más que mirarla a los ojos. Sonreía. Cínicamente. O simpáticamente, depende de la connotación que quisiera darle. (Sigue)
Continuará...
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