Llegué al departamento todavía temblando, no es que me cueste mucho temblar, en general temblequeo por cualquier cosa pero en este caso se justificaba. Sentía que acaba de escapar de las fauces del infierno. Pasé por el hall procurando hacer el menor ruido posible, no quería que el vecino me viera nunca más en la vida. Abrí la puerta de entrada y ahí me quedé, observando la escena del crimen, estaba como si nada hubiera pasado, las mantas acomodadas, los almohadones igual, de la frula no habían quedado ni rastros, ni medio cigarrito me había dejado la muy mala así que para algunas cosas estaba fuera de sí pero para las importantes más que lúcida y espabilada. Me acerqué y a gatas pude observar unas ínfimas miguitas de la flor de marihuana sobre el piso. En la mesa la computadora, los parlantitos que ella había sabido regular para que no saturaran, incluso dejó el disco de Aznar que insistí en regalarle porque no se conseguía y le gustaba mucho, cuando lo vio en la funda de la nootebook pegó un brinco de alegría, que lo buscaba hacía tanto a ese CD y yo justo lo tenía y ahí nomás lo puso y empezó a cantar y a bailar, como una liebrecilla contenta, yo lo tenía sin abrir, alguien me lo había regalado en su momento y me lo traje, como se traen esas cosas que, aunque sepamos que no vamos a usar, hacen compañía, nos mantienen cerca de aquello que está lejos.
Lo primero que hice fue escribirle a mi Amiga Milagrosa todo lo que acababa de pasar, primero la llamé, pero consciente de la hora que era en Buenos Aires corté y le mandé un mensaje, asustadísima. Al segundo me llamó, le conté todo, desesperada, que no sabía qué hacer, que no entendía qué había pasado, que y si le pasaba algo malo a la chica yo que hacía, me preguntó si no estaba alucinando, si no me había pegado mal también a mi la maría. ¿Qué? ¿Yo? ¿A mi? ¿Alucinando? ¡Roxana! Claro, respondió, mirá que la paranoia de la maría te hace sentir esas cosas, te hace perseguir, ¿estás segura de que la que se puso rara fue ella y no vos? (Silencio de negra). Lo mismo. Lo mismo me respondió otra amiga a la que también le zampé la perorata a sus cinco de la mañana, se pusieron paranoicas las dos, me dijo Marisol, vos que no estás acostumbrada y ella que fumó como chimenea de regimiento. Y yo sé que los amigos son reimportantes en la vida pero en ese momento quise mandarles un sicario a cada una de ellas ¡porque dudaban de mi palabra! Y lo peor, me hacían dudar a mi.
Continuará...
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