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Suicidio inminente... |
La piba no me respondía y lo de siempre, los nervios de punta mezclados con el hartazgo, ya me empezaba a aburrir la situación, sí, en medio del desbole, el instinto culo inquieto pedía a gritos el final de este asunto, que viremos, me chillaba la Demente Escribiente, viremos hacia otro lado, Marina, la Malagueña ya me las tiene al plato, vamos a Buenos Aires, al estupor que te dio entrar a casa después de tanto tiempo, la sensación de vacío, las paredes desnudas, las plantas muertas, la catatonia del ¿y ahora qué?, la primera mañana que te despertaste y te pusiste a llorar mirando por la ventana, tu miedo al futuro y el lío de la plata, de dónde vas a sacar para pagar el alquiler, a la chica y la demanda, a tu abogado, si el país está fundido. Y lo de tu madre, claro, que no querés siguiera mencionarlo. Ahora tenes que tomar vos la batuta de hospitales, estudios, etc. ¡Dios mío! O a Rocío, dale, volvamos a aquella mañana en su piso de Madrid, por favor, a ella, tan Morocha Osada y hermosa, tan intensa y sensible, frontal a flor de piel, a su escena estoica de mandarte a buscar a la Gitana cuando estaba que se derretía por vos; o a la noche revirada, la luz amarillenta de la pileta que le daba de coté sobre el cuerpo desnudo y maravilloso mientras subía la escalera con el vasito de aperitivo en la mano y los forasteros que llegaban al día siguiente. ¡Volvamos a eso, porelamordedió!
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Suicidio inminente remake... |
Pero no, yo quería terminar con al menos alguna secuencia antes de las doce de la noche, ¡al menos una!, este año, así que las piernas que me temblaban, la ducha me había bajado la presión, la cabeza boleada por la marihuana y la duda que me habían plantado mis dos enemigas íntimas por el whatsapp. Puse el disco de Aznar y me quedé escuchando un momento. Sí, algo me había pegado la fumata, podía sentirlo, boyaba por el apartamento sin saber qué hacer. ¿La jodida había sido yo entonces? ¿Definitivamente había asustado a la Escohotadiana? Me sentí la mar de culpable. Pedir consejos es a veces desaconsejable, pero pasó que necesitaba hablar con alguien, que alguien me dijera que no estaba loca, ni en peligro. Me aterra la ausencia de sentido común, no poder controlar la situación, dudar de mis cabales. Ahora, si la que se puso rara había sido yo ¿le debía una disculpa? ¡Cómo saber si así era! Pensé en lo mal que había quedado con el vecino, eso sí era certeza, creo, lo había hecho salir en calzones a rescatarme, un papelón, tan amable que había sido, me había llevado con su novia a conocer los viñedos de su familia y ahora les había dejado esta imagen tan fiera de mi misma. No, no le iba a tocar la puerta de nuevo para pedir disculpas, no, ni cuerda, pero necesitaba explicarle que yo no era una depravada fumona desenfrenada. ¿O sí? ¿Y la otra porqué no me respondía? ¿Habría muerto en el taxi? Dios mío...
(Sigue)
Continuará…
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