CAPITULO ANTERIOR
Ella aceptaba que la cosa se había puesto rara pero no dijo nada sobre quien había sido le culpabla, sí repitió que a ella le gustaba vivir la vida a pleno, que se entregaba a la pasión, que se dejaba fluir, cosa que sin que lo dijera, no hizo falta, yo no traía conmigo. ¿O sí lo había dicho? Yo no tenía el coraje necesario para lanzarme al bello río de la felicidad que la desmesura proporciona; al parecer, ese elemente faltaba en el andamiaje de mi dasein. Yo era cobarda, pusilánima, farsanta, etcétere… No estaba a la altura de las consecuencias, no estaba preparada para compartir la vida con elle que se reanimaba a tode, que cuando amaba algo se la jugaba, iba por ello, porque cuando ella deseaba DESEABA, no se andaba con chiquitas, se lanzaba a la pilete sin mirar antes si había o no agüe, total, morir por pasión es algo romántico, queda lindo en la currícula: yace acá una que no miró si había agua y se mató, ¡todos de pie!
|
El santo palo que me regaló |
Me quedé unos segundos estaqueada, puse la atención en mis piernas tensas, tembleques, casi doloridas. ¿Es para ponerse así todo esto?, me pregunté en un rapto de lucidez. Si la mina ya se había ido, ¿qué me podía pasar? Por momentos, cuando tengo los pánicos, me invade la lucidez, entonces me pregunto, me pongo en duda, me introspecciono, a ver si la situación se condice con cómo yo me la estoy tomando, a ver si estoy reaccionando realmente a los hechos presentes o en realidad reacciono a algo que quizá viene de más atrás, algo posiblemente mucho peor. Mi madre, por ejemplo, mi madre se la pasa demandándome, haga lo que haga no le alcanza nunca, siempre tiene algo para reprocharme, quizá esta piba me la traía en cuerpo y alma, como había interpretado el psicólogo de Málaga, y yo, ante esas demandas maternas que ya vengo aguantando desde hace cuarenta años reaccioné para el carajo, empecé a temblar como si fuera la vieja lunática la que me estaba rompiendo la paciencia y no la piba pero n--
|
JA |
Así que cuando tengo los pánicos me pregunto pero casi nunca llego a responderme, a terminar el razonamiento, porque el miedo desmedido me invade nuevamente en menos de lo que canta una gallareta. Y vuelvo al asunto: con la manito dura, apretando bastante de más el aparato contra mi oreja, con el miedo terrorífico a que fuera una carancha, una loque, una tratadora de blancas, una buscapleitos, le pregunté cómo estaba, creyendo que en el juicio que me hiciera por los golpes que seguramente se había autopropinado para demandarme y sacarme lo que fuera o fuere, iba a poder yo usar los chat de whatsapp como defensa. Le pregunté bien claro si estaba bien, señora juez, me dijo que sí, pero que se había sentido muy mal, agredida, escribió, literalmente. ¡Canalla!, pensé, me la quiere mandar a guardar, me quiere cagar, me está tendiendo una cama, estoy segura, puede demandarme por agresión, seguro que existe esa figura legal. Entonces respondí que yo también estaba muy mal y que más allá de que NO HABÍA PASADO NADA salvo que la cosa se puso rara, la suerte era que había llegado SANA Y SALVA. Fue lo último que nos dijimos esa noche, acto seguido salí del apartamento y dejé la nota para el vecino bajo su puerta. Luego creo que me desmayé.
(Sigue)
Continuaré...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario