lunes, 7 de enero de 2019

Capítulo 422 "Una muchacha de bien"

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Amor de mi vida, el salmorejo.
Así que la gente con la que te cruzas no es gente cualquiera, es gente que tiene algo para decirte, algo que necesitás te sea dicho. O hecho. No era ella, por suerte, era el vecino que no me dijo mucho, sólo que tuviera más cuidado, que hoy día no sabe una a quien está metiendo en casa, que está cada vez más complicado todo, él parado justo adelante mío y su novia un paso más atrás, sonriente, intentaba pispear para adentro de mi departamento pero yo abrí la puerta lo justo y necesario. Vaya a saber qué le había contado él sobre mi noctámbulo/desesperado pedido de auxilio. Primero la abrí más, lo confieso, como para demostrarles que yo no era una narcotraficante o algo por el estilo, que vieran que era una muchacha de hogar y no tenía nada que ocultar, entonces me acordé de la mirada de Sartre, del infierno, que son los otros, del miedo al qué dirán que rige nuestras existencias, y ahí la cerré un poco, un poco bastante, no tengo que demostrarles nada, pensé, cocorita, y así vivo todo el tiempo, es una lucha hacerse fuerte, encontrar la seguridad adentro y no afuera, pasar de necesitar ser aceptado, no dejarse comer por el deseo del otro, el otro siempre quiere que uno sea otro y no el que es, el otro quiere que cumplas con sus expectativa, que te amoldes a sus necesidades, a sus imaginaciones, ser uno no es moco de pavo, es una lucha cruenta que generalmente se pierde:

Mare asuntos...
Le di alguna explicación más sobre por qué la había dejado fumar en mi casa, dejé claro que yo NO lo había hecho, que de pronto ella sacó el frascote, cuando estábamos a punto de ponernos a escribir su guión, porque el encuentro había sido CULTURAL y no afrodisíaco, ella sacó la maría y yo no quise decirle que no, por no ser mala onda, eso les dije al final, cuando en realidad la piba sacó el frascote y a mi se me hizo agua la boca porque creía que podíamos pasarla bien. Quise pasar de la mirada de Sartre pero no pude, no pude confesarles mi verdad, necesité mentirles, a ver si me mandaban a la Guardia Civil, justamente por esto de que una no sabe a quien tiene delante, a ver si los dos simpáticos vecinos eran unos puritanos exageraos.

Se quedaron mirándome un momento más, los dos parados a la puerta, yo hecha un espanto recién levantado, la humedad era aterradora así que imposible parecer una persona de bien, mis pelos eran el Leviatán. En un intento de manotazo de ahogado me había puesto la vincha y luego hice lo mejor que se puede hacer en estos casos: no me miré al espejo. Me excusé. Que tenía que hacer mi valija porque me iba. Mentí. Como si supiera que la Rubia me iba a contactar esa misma tarde. Nos despedimos con un abrazo, creo que se fueron con una imagen mía más o menos reparada porque me invitaron a algo que iban a hacer dentro de poco en los campos de un amigo en no sé dónde, si andaba no muy lejos quizá me apetecía ir. Asentí, cerré la puerta y corrí a encender el teléfono a ver si la piba se había comunicado. (Sigue)

Continuará...




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