Empecé a dar vueltas como una orata, no encontraba el teléfono, me aterré, ¡se lo llevó ella!, pensé, pero no era posible porque había hablado con medio mundo la noche anterior, después de haberla dejado en la plaza de Málaga. ¿Puede ser que sea yo tan paranoica? ¿Era paranoica? ¿O la situación ameritaba? El cansancio me tumbaba. Empecé a dudar de haber hablado con el medio mundo. ¿Había pasado todo lo que creía que había pasado? Aída Bortnik nos prohibía escribir choclos eternos y terminarlos con que todo había sido un sueño, ESO ES UNA ESTAFA, nos decía, casi a los gritos, una estafa para el lector, una falta de respeto, signo de que el escritor no supo darle un final al relato. Así que no, no podía permitirme que hubiera sido un sueño todo eso, como escribiente y como viviente. El cuerpo me decía que había sido real, las piernas lo sentían, los músculos del trapecio, la Escohotadiana había estado en mi casa, aunque no había dejado ni el aura, no podía ser de otra manera, nunca había terminado tan cansada, tan boleada después de pesadilla alguna en todo lo que iba de mi espeluznante vida. Volví a mirar la ventana abierta de par en par, así la había dejado por la noche, al igual que la puerta de entrada. El espacio en donde todo había sucedido, tantos exabruptos y ahora como si nada, las sillas en su lugar, la mesa igual, las mantas de Shiatsu en donde ella me había pasado el humo una y otra vez, boca a boca, risa a risa, y al final ese abrazo largo y sentido. Me angustié. Me senté en la silla y así me quedé un buen rato. ¿Qué estaba haciendo con mi vida? ¿Hacia dónde? ¿Qué carajo? Si está la posibilidad no de ser feliz, eso sería un embole, pero de pasarla más o menos bien, o no tan mal, ¿con qué necesidad todo esto?
Continuará...
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