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Así que, qué otra cosa podía hacer yo, sola en mi cama, quebrada de seso, con todo ese acribille seductor por parte de ella, Morocha Osada, cuando alguien te ama te caga la vida porque el amor desarma, da por tierra con las armaduras de miedos, el abrazo genuino que derrite al espiedo; encima el cambio de pasaje que no pudo ser, el pasaporte lleno, la incertidumbre por lo de mi madre y su cáncer, el adiós para siempre al Loco, a mi Gitana, a mi Sevilla querida, la certeza de que sin ellos no iba a poder escribir más, el no quererla querer a esta otra que se me ofrecía en cuerpo y alma, pura generosidad... No sabía si a propósito o no pero me había seducido durante todo el viaje de vuelta, su silencio seducía, sus ojos negros mirando concentrados el camino, su mano firme en el volante del Volvo, sus aros enormes y plateados colgando de sus orejas perfectas. Le ofrecí agua dos o tres veces y ni me miró. Y subía la radio para no escucharme.
Eso me tenía en vilo, su actitud desconcertante, la tipa acababa de ofrecérmelo todo para que me quedara en España y luego no me daba ni pelota. Después paró al costado de la ruta, a poco de llegar a Madrid, paró porque se le dio la gana y se pasó crema hidratante con las dos manos, desde la rodilla hasta la entrepierna, manchó un poquito la tanga diminuta. Creo que sentí ese impulso animal del que hablan los libros de psicología, el instinto, lo ancestral. En ese momento tuve que cerrar los ojos para no sacarle el pote de las manos, correrle la tanga lo justo y necesario, sentármele encima con las piernas abiertas y repetir Nochevieja. Lo que seduce de la mina linda es que sabe qué provoca en el otro, era obvio que sabía, rozaba con los pulgares la bombacha mientras me ignoraba, no del todo, por ahí asentía o negaba si le decía algo, sin dirigirme la mirada, como si me escuchara a medias, como si yo hubiera dejado de importarle de un segundo a otro.
La vi pasar caminando, por la hendija de la puerta, el pelo le caía pesado por sobre los hombros hacia adelante, se le veía el tatuaje de la espalda, subió los escalones con los pies descalzos, tranquila, magnánima. Recién en ese momento pensé en que posiblemente la había lastimado, su indiferencia ese día, la causa por la cual me llevó de prepo a Barajas eran dolor y bronca, el alma partida, le dolía que yo quisiera a la Otra, claro que le dolía, se había venido hasta Álava a decírmelo, que me quería, o algo así, pero se encontró con la Andaluza acaparándome la voluntad, cegándome la razón, cagándome bien la vida... ¿Qué podía hacer salvo llevarme a Barajas y dejarme ir? El asunto es que no me iba a dejar ir así nomás, como (no) dice Escohotado, hay libertades que matan. (Sigue)
Continuará...
Un día quise dar con este periodista, empecé a buscarlo, la búsqueda se puso interesante, me senté a escribirla, en el capítulo 5 conseguí su teléfono, en el 14 me animé a llamarlo, en el 30 saqué pasaje (tenía que hacer avanzar la historia), en el 45 le llegó a Campanella justo cuando tenía que viajar, terminé trabajando con él. En el 76 arribé a Sevilla, en el 83 lo puse contra las cuerdas y la aventura continúa... (Vivir para escribirlo luego porque la realidad supera la ficción).
lunes, 28 de enero de 2019
Capítulo 434 "Libertades que matan"
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