jueves, 21 de febrero de 2019

Capítulo 444 "La cordura de las manos"

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Y bue… si el Tipo viene, viene, pensé, con la contradicción en la punta del espíritu, con el dolor de abandono que me había dejado la Gitana. Estiré mi mano hasta su Loco sombrero negro, lo había dejado sobre la cama. No es cualquier cosa tener el sombrero del Loco de la Colina en las manos de una, es… el sombrero del Loco de la Colina. La noche anterior habíamos estado de casi trío, dos chiflados ellos, la Morocha y Él, invitarme así como así, en medio de la Nochevieja, gente sin coto, y fue casi porque cayó Dragún sin llover que si no... Me levanté y abrí la ventana, abajo había un espacio lleno de mesas, sillas y sombrillas. Tomé consciencia en ese momento de lo que había pasado hacía pocas horas, el ritual, las pastillitas, el dejarme ir. ¿Es que me estoy libertineando? ¿Apolo me está abandonando a estas altas alturas de mi vida? Por un segundo paniquié, pasar quién sabe cuánto tiempo en una habitación con Él a solas, una habitación de dos por dos… ¿Y si el Ganso se lo contaba a Ella? No creía que pudiera ser tan pollerudo pero quizá por culpa o algo un día le contaba como le contó lo de La Carbonería que se armó un quilombo padre...

Sentí la fiebre subiéndome por la insolación, necesitaba otra aspirina, la garganta me dolía un poco más que antes y lo peor, el Tipo este me había agarrado de sopetón en la playa así que no tenía mi ipad para escribir, no tenía muda de ropa, no tenía más que mis ojotas, si esto no es desapego que me la vengan a contar, me sentí Kwai Chang Caine en la posguerra. Respiraba abajo para controlar mi pánico, la idea de abrir la puerta y empezar a preguntar a quien fuera cómo volver a El Portil empezó a rondarme, a gobernarme. ¿Cómo iba a volver si no tenía un solo peso encima? Y como si en El Portil fuera a estar más segura, es que claro, hacía ya dos semanas que habíamos llegado y la costumbre había incorporado esa nueva colina como hogar en mi inconsciente, era territorio conocido en cambio esto... No quería ni mirar mi teléfono, lo único que traía conmigo, lo único de lo que no podía despegarme porque esperaba Su mensaje, el de Ella, a cada rato chequeaba, empezaba a escribir algo y lo borraba. La tecnología nos ha atrofiado el cerebre, sólo sé que no sé nada salvo eso.

Intenté una vez más contactar al pelotudo de Herrera que nunca atendió el teléfono. Me harté. Chismié el frigobar para ver qué había. ¡Chocolate! Abrí uno y me lo comí rapidísimo. Sin culpa. Que pague todo Él que es el tipo, para eso vivimos en un patriarcado, enteren a las estúpidas feministas, el patriarcado, si una es inteligenta, puede utilizarse a nuestro favor. Suspiré, con los dedos empastados de chocolate derretido. No me iba a animar a llamarla, y ahora menos, qué le iba a responder si me preguntaba en donde estaba, con lo Loca que se había puesto aquella vez de La Carbonería a trabajar... ¿Y si le daba por volver a El Portil y descubría que no estábamos ninguno de los dos? Sentí que me quería morir. ¿En qué estaba pesando cuando acepté la propuesta de venir? ¡En nada! ¡No pensé! No pensé y no me gusté nada, no me gusto cuando presiento que se me está yendo la cordura de las manos. (Sigue)

Continuará...



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