sábado, 23 de febrero de 2019

Capítulo 445 "Toxinas"

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Me arrimé a la ventana haciendo buches con cerveza para bajar el chocolate pastoso. La abrí. El agua de la pileta no se movía, parecía congelada. Entró vientito de montaña, tibio y redentor. Siendo enero esta gente tenía el aire encendido y me estaba por morir, encima yo con lo de la insolación, seguramente Él había pedido que se lo enciendan. Dios mío. Eso me confirmó que íbamos a pernoctar together. ¿Cómo iba a hacer para dormir con la porquería de aire encendida siendo que se me secan las fosas nasales espantosamente? ¡Y con este Hombre a mi lado! Nunca sentí tantas ganas de irme a mi casa como en ese momento; tan poco control sobre la situación. ¿Para qué me subí a la camioneta? ¿Para qué? Esto te sirve, Marina, te hace más tolerante, más adaptativa, menos temerosa, experiencia, experiencia, al hombre lo hace sabio la experiencia y acordate que la incertidumbre es el peor de los exámenes, soportar lo más que puedas es el objetivo. Me dije esa sarta de boludeces pero no logré calmarme un cuerno entonces probé lo otro, algo más condescendiente, pesé en la remota posibilidad: Él va a dormir en otro lado, sos loca, cómo los van a poner juntos, por el amor de dios, Marina. Eran las cinco o seis de la tarde y el hotel parecía completamente vacío, primero de enero, era raro. ¿Se había indigestado todo el mundo? ¿O Ubrique no era un destino findeañero para los andaluces?

Morocha en Marbella.
Necesitaba aspirina. Miré el teléfono. ¿Sería que se podía llamar a móvil desde ahí? NO. NO VAS A LLAMAR A LA GITANA. BASTA. Un pensamiento espantoso quiso invadirme la cabeza pero lo ignoré antes de que me diera un surmenage: La adicción al vínculo tóxico. Eso. Eso me pasaba de un tiempo a esa parte. Por eso me pegaba a Ella. Por eso la necesidad desorbitante de llamarla. Y con la Escohotadiana igual. Y con Rocío lo mismo. ¡Tricota! De pronto me había hecho adicta a los malignos tóxicos desenfrenados. Por eso me enredé con la Morocha. Se me había hecho costumbre, de pronto no podía vivir sin la locura, sin los celos, sin los llantos y las furias contenidas, como el paracaidista necesita sentir que quizá se mata porque no se le abre el parachute yo necesitaba sentir que quizá no la volvía a ver y el sufrimiento que eso me causaba; que no íbamos a poder congeniar nunca más en la vida porque ella tal cosa y yo tal otra; que no iba a sentir el calor de sus pechos suaves sobre mi, sus ojos angustiados, su energía loca y ciclotímica; que nunca más me iba a decir que me quería mientras me acariciaba con cara lunática sonriente; eso me angustiaba una enormidad, pensar en el “nunca más”, lloraba y escribía a moco tendido. Porque hacía meses ya que por una o por la otra mi vida no tenía un rato de paz.

Y me di cuenta de que fue a propósito esa tarde del beso durante el partido de Argentina, fue a propósito que no me la saqué de encima, que no me fui, podría haberme ido a parar a otro lado mientras esperaba el pasaporte pero me quedé con ella, no hice nada para sacarla de mi vida, porque estar con ella todo el tiempo me hacía mal, sí, porque era un calvario todo aquello, estábamos enojadas pero en el mismo piso, a dos metros de distancia, una escuchaba lo que hacía la otra, todo el tiempo, me hacía mal pero si no estaba con ella, si no sufría todo el tiempo, si no me intoxicaba con ella era peor, la sensación de vacío me aburría y dejaba de escribir. Al rato empezaba a extrañarla y la buscaba de nuevo, le tocaba la puerta del baño "sin querer", salía de mi habitación cuando escuchaba que salía, a veces me daba tregua, no sé cómo lograba aguantarse la ansiedad pero desaparecía y ahí me agarraba la abstinencia, necesitaba la toxina, era una necesidad que me superaba, sus ataques, sus planteos absurdos, su catarata de whatsapp… Esa tarde p (Sigue)

Continuará...



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