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¿Para qué me hacía eso? ¿Para joderme? ¿Me lo hacía a mi? ¿Era consciente o inconsciente? ¿Adrede o la superaba el hábito whatsapil? ¿Estaba celosa de un móvil yo? ¿Me mataban la idealización ella y su puto telefonito? ¿Estaba generalizando al sentir que alguien que whatsappea todo el día chismes con sus amigos es vulgar y mediocre? Callé mis pensamientos metiéndole la mano por entre su pelo, eso que me gustaba tanto, bajé hasta su terrón de azúcar, corrí su sostén de encaje negro, se lo rocé sutilmente con el pulgar y ahí me quedé, sintiendo su piel tan suave, enseguida mi cuerpo reaccionó, me volvía loca la hija de puta, en un segundo sentí como se me contraían ciertas partes que no se me habían contraído en la vida antes de ella, ni con la Gitana, como una suerte de erección femenina, podría traducirse en algo así. Creo. Apoyé mi boca sobre su cuello todavía transpirado, mi respiración agitándose, mi cuerpo arrimándose al de ella sin poder hacer otra cosa, pero ella no respondió, no le pasó nada, o sí, le pasó que no le paso lo mismo que a mi en ese momento, siguió con su mierda móvil, entusiasmada, ensimismada, así que como me subieron los calores, en un santiamén, desaparecieron del cuerpo y del espíritu.
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Posando para Marina un buen día en son de paz... |
Retiré mi cuerpo de su lado y empecé a darle a la cabeza de nuevo. La amargura me invadía la garganta, el pecho, hasta el cuello del útero, que ahora sabemos mucho de esa zona gracias a mi mare y su convalecencia, el miércoles vamos a ver qué nos depara el destino, lo dictaminarán los médicos cuando vean el nada feliz resultado de la biopsia. Retiré mi cuerpo de su lado y me quedé mirando el techo alto y blanco de su aposento. ¿Es o no es el que está ahí mi ipad? ¿Me escuchaste? Mi tono debe haber sido particular porque dejó de mirar el móvil y me miró, podríamos decir que asombrada. Oye, ¿qué es lo que te ocurre? Anda, que sí, que es tu ipad, ¿vale? Su tono también cambió de golpe, de me gustas mucho, te quiero, sos especial para mi en tonito amoroso pasó a lo otro, al ya conocido tonito “en pie de guerra”. Y nos pasaba que poníamos en práctica eso del deseo mimético de Girard, bastaba que una de las dos se sulfurara un poco para que la otra se contagiara enseguida, como un drive de Nadal respondía, e iba in crescendo la cosa. El objeto del deseo para mi era ella y para ella era yo, lo que nos disputábamos era el cuánto y el cómo, me parece. Me levanté de la cama, me puse mi pantalón naranja de shiatsu rápidamente, agarré mi ipad y salí de la habitación. ¡Para qué!, iba a reprocharme después porq
(Sigue)
Continuará...
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