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Vieja en hospital "de paseo". |
Si uno quiere sacarse de encima una pasión, decía Spinoza, está muy bien reflexionar, pensar y repensar el cómo, el porqué y esas nimias cosas, claro que sí, pero hay algo más potente o efectivo que es encontrarse otra pasión. Bueno. La guacha nunca leyó a Spinoza. No sabía ni quién carajo era. Pero lo hizo. Se buscó a otra. A OTRA. Y no sé porqué pero si se hubiera buscado a un tipo no me hubiera herido tanto. Creo. Volvió a las cinco de la mañana. Borracha. Fiesteante. Acompañada. Escuché todo. A pesar de que me muní la oreja con el tapón. A pesar de que intenté hacer otras cosas para no pensarla. Para quedarme dormida antes de que llegara. Pero no podía. Pasaba el tiempo y más furiosa me ponía. Todo por un puto ipad. Leí sin leer. Escribí sin escribir. Miré videos en youtube de los que no recuerdo nada. NADA. Hablé con mi amigó médico sobre el futuro de mi no santa madre, que no cunda el pánico, me apaciguaba, que a como estaba la vieja de fuerte y rompebolas tenía mare para rato. Dios mío. No sabía si festejar o suicidarme. Como una hora hablamos, de comunismo, de Pavlov y el lenguaje, de Pulitzer y el materialismo dialéctico, de sus aventuras en las guardias de los hospitales, pero ni así pude dejar de sentir la angustia por la situación vivida.
Era pasada la medianoche, hacía horas que me había dejado sola y yo seguía discutiéndole en voz alta. ¡Es que no lo ves! ¿No de tas cuenta de que cada vez que logramos llevarnos bien, CON LO QUE NOS CUESTA, vos hacés algo para arruinarlo todo? ¡¡Y ME ECHÁS LA CULPA A MI! Volvía a escuchar sus argumentos interminables, contradictorios, ensordecedores, insoportables, banales, idiotas, a veces llorosos, a veces enojados y autoritarios; volvía a escuchar su voz mimosa cuando alguna mañana sin permiso se metía en mi cama. Corría las sábanas y se metía mientras me hablaba alguna tontería haciéndose la nena, la muñequita. Me apoyaba el cuerpo caliente encima y yo que tan acostumbrada estaba a despertarme sola, a no hablar con nadie nada, Marina la ermitaña no podía dejar de recibirla con ganas locas, con una alegría inmensa le pasaba el brazo por abajo del cuello y la sostenía fuerte, la traía hacia mí, ya excitada, aún dormida.
(Sigue)
Continuará...
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