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Y es que con ella los días son demasiado ajetreados. Pero sin ella demasiado solitarios. Demasiado tranquilos. Demasiado nada. Y Aída Bortnik, mi maestra de escribir, me retaría a los gritos: ¡demasiado demasiado!, exclamaría, y tendría razón… Demasiado largo y aletargado y angustioso es sobrevivir sin ella, mi cama es ancha, aunque dormíamos cada una en su lugar. Ahora no tengo con quien pelear, por quien hacerme mala sangre, a quien acusar de esto o aquello. Ahora nadie me pone en duda el juicio ético y moral, el teléfono no suena, no tengo miedo de que se obsesione alguien conmigo. Nadie me interrumpe mientras escribo salvo algún papafrita para desearme feliz día del trabajador, los únicos que me escriben, los papafritas, entonces no puedo hacerlo, inspirarme, porque la interrupción es harto necesaria, decía Piglia, Arlt no hubiera escrito como escribió sin esos ingredientes imprescindibles que son la jodida vida, los despelotes, las psicopatías. Ella es psicópata, psicópata histérica, un día hablamos de eso, de las enfermedades mentales, un día que me hizo poner nerviosa, muy muy nerviosa, como solía, al punto en que no la quise atender más y entonces se puso nerviosa ella.
Y tanto llamó que la atendí, habra sido hace mes y medio, que estaba fóbica, le expliqué, y si me seguía llamando no iba a poder tranquilizarme. Por suerte paró y me tranquilicé. Entonces luego hablamos de eso, para ella la enferma era yo, me tenía que hacer tratar porque no era normal que me pusiera así “por nada”. Y yo asentía, por esto de que en el presente no ato cabos todavía, y por esto que tiene el psicópata, te da vuelta la tortilla, te envuelve y te convence de que el que está mal sos vos aunque sea evidente lo contrario. Entonces yo algo sospechaba, sí, algo, porque había momentos en los que me sentía mal y ella parecía disfrutarlo, se burlaba de mis malestares, a veces por ella provocados, a veces no, pero se reía, me dejaba paralizada del asombro cuando hacía eso y al final lo normalizaba: ella es así, pensaba, tan embarullada estaba, tan enredada en la telaraña que entonces no llegaba a reaccionar, no me daba tiempo.
Terminé de escuchar su mensaje cínico y la llamé, atendió con su usual voz de acá no ha pasado nada, ahora sé que ese es uno de los síntomas característicos del psicópata histérico, es casi siniestro porque si yo lograra no engancharme el efecto en mi sería mucho menos adverso pero a ver quien puede con ello, quien puede no preocuparse cuando alguien le dice ¡voy a matarme!, y no responde más el teléfono. O desaparece de pronto y sin decir ni mu. Hacía lo imposible para sacarme de quicio, para preocuparme, para ponerme celosa, y cuando lo lograba se encargaba de “tranquilizarme”. Que si yo ya sabía como era ella, que me lo había dejado bien claro desde el comienzo, su carácter “algo especial”, así le había llamado a lo que le aqueja, incluso confesó que tenía recetado un tranquilizante, y le adjudicaba su "estado especial y pasajero" a la situación que estaba pasando una de sus hermanas, una disk jockey, según ella, con bastantes problemas. Y eso le repercutía a ella. (Sigue)
Continuará...
Un día quise dar con este periodista, empecé a buscarlo, la búsqueda se puso interesante, me senté a escribirla, en el capítulo 5 conseguí su teléfono, en el 14 me animé a llamarlo, en el 30 saqué pasaje (tenía que hacer avanzar la historia), en el 45 le llegó a Campanella justo cuando tenía que viajar, terminé trabajando con él. En el 76 arribé a Sevilla, en el 83 lo puse contra las cuerdas y la aventura continúa... (Vivir para escribirlo luego porque la realidad supera la ficción).
miércoles, 1 de mayo de 2019
Capítulo 459 "Demasiado demasiado"
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