domingo, 26 de mayo de 2019

Capítulo 466 "Poder no es querer"

CAPITULO ANTERIOR

Las primeras gotas empezaban a caer, se veían preciosas iluminadas por la luz de los faroles de la calle. Preciosas a pesar de la ausencia, de la enfermedad, de la consciencia del final que estaba cerca. Preciosas a pesar de todo. Mi madre terminó su sánguche segundo y le dieron ganas de ir al baño. Agarró el andador y allá fue, despacito y sin prisa, porque a los ochenta y nada uno ya se ha enterado de que no hay donde llegar. Me dejó sola con mi café con leche, más leche que café. Quedaba una sola de las tres medialunas de grasa. Pensé en ella, como para variar. Se me estaba pasando el enojo por lo último que había hecho después de la cirugía, y antes también. Y ahí me di cuenta de que la había estado criticando durante tres capítulos seguidos por eso, para no dar lugar a lo otro, para mantenerme enojada, porque sé que cuando el enojo se va empiezo a extrañarla, empieza a doler. Y no quiero. No quiero quererte porque no puedo tenerte, le dijo Clint Eastwood a Meryl en Los puentes de Madison. Acá podíamos si queríamos, pero no siempre querer es poder. Y viceversa.

Hace pocos días, una de las últimas veces que quisimos y pudimos nos abrazamos larguísimo, antes de salir de mi casa, el día aquél que me confesó que amaba estar conmigo en la cama. Había ido a buscarla a su nuevo trabajo, sí, ha encontrado trabajo, mejor dicho, ha iniciado un emprendimiento y le da trabajo a otros, le está yendo de pelos, es buena para hacer plata, le brotan las ideas, y es aun mejor para ponerlas en práctica, pero eso es para otro capítulo. Para éste es el absurdo, el misterio por el cual yo respondo una y otra vez como si nada cuando debería responder como si todo, o directamente no responder. Después de lo que hizo ese fin de semana fatal, después de lo que había hecho tras la cirugía me escribía y yo respondiendo de nuevo. Me dijo de vernos, hacía tiempo no nos hablábamos, para nostras tiempo son como mucho dos días o un poquito más. Luego ya no soportamos. Me dijo de vernos por mail. No respondí. Al día siguiente se animó por mensaje de texto. Suficiente. Fui a buscarla desesperada, ansiosísima, volando, insultando a cada santo que se me ponía delante. Charlamos un ratito en un café y en cuanto pude me la traje para casa, sin preguntarle, ella no se resistió, se subió a mi moto, me abrazó fuerte desde atrás, apoyó su cabeza sobre mis hombros, sus pechos contra mi espalda... Esta vez no le pareció mal “que hiciéramos todo a mi conveniencia”.

La pasamos fenómeno, como cada vez que nos reencontramos después de algún entuerto supuestamente “definitivo”. Y cuando nos dimos ese abrazo de despedida yo supe, en ese mismo momento, eso iba a tardar en volver a repetirse, si es que se repite alguna vez.

Ttodavía estamos en ascuas, casi que estoy ya iniciando el duelo. El amor ha muerto, ¡que viva el amor! Recordemos esto porque hasta dentro de un mes no vuelve a repetirse, le susurré al oído, todavía aferradas fuertemente a ella, el perfume rico de su pelo, el arito plateado colgando del lóbulo su oreja, a un paso de la puerta de salida, a punto de salir de casa, que tenía que irse a abrir el negocio. Carcajeó fuerte y me soltó, como si fuera yo una pesimista, una tremendista, una pájara de mal agüero. ¡Un exagerá!, me dijo que era, que dejara de pensar tanto que así lo arruinaba todo. YO. JA. YO. Mi madre volvió del baño, que me apurara que iba a perderse la cena, mandonéo. Pagué a la chica venezolana y nos fuimos para la residencia. Chispeaba un poco más tupido sobre el parabrisas del auto. (Sigue)

Continuará...


No hay comentarios.:

Publicar un comentario