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La soledad es la gran talladora del espíritu, así que tendría que ir enfilando para mi casa a tallarme un poco, me dije, pero no me moví de la silla. Seguía sin voluntad de retirada. En la tele pasaban un programa de preguntas y respuestas que nadie miraba. Afuera llovía más fuerte, las plantas brillaban y bailoteaban bajo el repiqueteo de las gotas. Pensé en ella de nuevo. ¿Qué estaría haciendo en ese mismo momento? La imaginación, que siempre nos juega en contra, completó lo que faltaba: estaba conociendo a otra, cena mediante, en alguna mesa de restaurante. Y obviamente la otra era más amena que yo, tenía más paciencia, era más demostrativa, coincidían en miles de cosas, etc. La había conocido en su nuevo local de manicuría. Enojada como estaba conmigo porque no había adivinado yo telepáticamente que ella se encontraba mal, o que ella necesitaba que la llamara a tal o cual hora, o que ella hubiera querido que le dijera o dijese buenos días, buenas tardes o buenas noches, o todo junto, le dio conversación a la cliente, era joven, inteligente y sensual, la cliente. Impulsada por la sed de venganza, para escarmentarme porque yo no la valoraba como era debido, la había abordado como ella sabe, con esos ojos que tiene... achinados y dolidos, con esa boca que escucha entreabierta y cada tanto se muerde el labio inferior, con esas pecas que pasan desapercibidas pero no para mi, con esa simpatía que le fluye al comienzo… ¿Cómo la otra no íbale a prestar atención?
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Sábado por la noche's party. |
Suspiré. Desde ultratumba vi a mi madre, volvía con una asistente, airosa, con aura de Calcuta. Delma quería ir al baño y como ella es de las pocas que caminan en la residencia, la mayoría está en silla de ruedas, se convirtió en una especie de cadete, todas le piden cosas y ella va y viene, del comedor a la cocina, de la cocina a la pieza, busca algún objeto y se lo alcanza a la impedida; o viene con la asistente ante alguna urgencia, como en este caso, urgencia de baño de Delma. Entonces se siente útil. Cuando estés mal andá a ayudar a alguien que esté peor que vos, aconsejaba Facundo Cabral, le pegué el cartel con la frase frente a la cama el día que se mudó ahí y lo puso en práctica, y le hace bien, se olvida de su ombligo, de sus problemas, que no son tales sino nimiedades como el aburrimiento, o el pensar demasiado. Mi madre siempre se hizo problema por no problemas, siempre exageró todo hasta el hartazgo con tal de tener espectadores pesarosos teniéndole la vela, intentando consolarla. Y cuando el espectador se cansaba rápidamente encontraba a otro porque las personalidades como la de mi madre, como la de Rocío, hipnotizan, atraen, seducen, brillan, más luego… cuando la oscuridad emana de sus entrañas, cuando la reiteración se hace demasiado reiterativa… abruman.
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Chau Pinela. |
Las asistentes empezaron a acompañar a las abuelas a sus respectivas camas. Una a una, despacito, con paciencia. Los dolores de huesos protagonizan la escena final del día. Ya todas habían tomado su medicación, luego tocaba el baño y chau Pinela. Me saludaban sonrientes. Que la pasara bien, me dijo una, segura de que yo, con mi vida toda por delante, era la mar de feliz; posiblemente pensó la vieja que de ahí me iba yo a pasármela de pelos en compañía. El cuerpo no me duele, puedo correr y bailar, hay que ser bastante pelotudo para no ser feliz con todo eso. Me levanté de la silla de los pelos, me despedí de mi Mare y, tras esperar una hora y media a que me abrieran la puerta, bajé los escalones del frente de la casa, despacio, con el nudo del mal de amor en la garganta.
(Sigue)
Continuará...
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