miércoles, 5 de junio de 2019

Capítulo 469 "Para luego"

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Ella estaba con la otra, con la que sí podría encontrar la felicidad y la armonía. Y yo no. Jamás. Porque soy complicada. Porque no me la juego. Porque no tengo claro el hacia donde y no soy empática, Rocío me lo repite siempre. Al final las viejas se la pasaban mejor que yo, tenían quien las cuidara, no estaban solas, actividades diarias les obligaban a involucrarse con otros; tenía el final de su vida resuelto, cosa que ninguno de nosotros, el final que nos espera en incierto, los hijos pueden morirse, pueden irse a vivir al otro lado del planeta, el cónyuge puede abandonarnos y quitarnos todos los ahorros de nuestra vida, si es que los tenemos, ¿y quién va a acercarnos el orinal ya imposibilitados de movernos? Sí, siempre está el tren que viene rápido por la vía pero para lanzarse a ello hay que tener agallas.

La lluvia caía sobre el parabrisas, me quedé un ratito en silencio. Puse la llave en el switch. Cuando algo nos es incierto siempre es lo peor, al menos para mi, siempre espera lo más terrible, y de lo más terrible no hay cómo escapar. Nunca. En el geriátrico estaban mucho mejor que yo que me tenía que retirar a la soledad de mi hogar. Pero para ellas Marina, bella, joven, talentosa, coherente y saludable, era inevitablemente feliz. Creemos que los demás son tan felices que nunca podremos igualarlos. Yo subía a mi auto gris, en una noche gris, con el alma vacía, sin ganas de nada, y Rocío se la estaría pasando bárbaro con la otra, porque ella es sociable, no es un bicho de biblioteca como yo; y las viejas tenían con quien pelear, ni tiempo les quedaba para pensar en si eran o no felices; la única que dejaba escapar la vida como arena de la mano, la única que desperdiciaba posibilidades y más posibilidades era yo, que no había sabido valorarla, que no era empática, que era una completa egoísta sin valores, sin coraje, y ahora se había encontrado a otra con quien reír, compartir y follar. Suena a una película peda de bajo presupuesto, reír, compartir y follar.

El vidrio se estaba empañando. Bajé la ventanilla un poco. Entró el aire húmedo y templado del exterior. Alguna que otra gota rebotaba y se metía mojándome la cara. Siempre se puede estar peor, me dije para consolarme. Imaginé por un momento que el auto no me arrancaba, los avatares terribles que eso conllevaría. No me sirvió. Hubiera sido una aventura, un imprevisto feliz de sábado por la noche vacío que no me arrancara el auto, entonces habría tenido con quien intercambiar alguna palabra, primero la persona del seguro que me atendiera por teléfono, habría hablado con ella, y luego con el señor remolcador. Dos humanos extraños se habrían cruzado en mi camino, quizá al remolcador le habría contado mi pena, o al menos le hubiera preguntado alguna cosa con tal de distraerme de la monotonía de pensarla. Nunca había estado tanto tiempo sin escribirme. Porque cuando yo explotaba tras sus idas y vueltas, tras sus te quiero/te odio, tras sus incoherencias, brotes, plantones y rodeos o, como ahora, tras esa noche fatal antes de la cirugía de la vieja, rápidamente pasaba ella a mode “rescatador”, a mode “quiero recuperarte y que hablemos”, entonces me escribía, por mail, por whatsapp, por texto, por algún lado, y yo, tras resistirme en vano, al fin respondía. Pero esta vez había pasado demasiado y no aparecía, más de unos cuantos días, que era lo mucho que aguantábamos sin estar en contacto. Para luego reconciliarnos de la manera más fogosa del mundo. Para luego volver a distanciarnos. Para luego (Sigue)

Continuará...



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