Seguíamos las dos sentadas sobre la parecita de la plaza. Empezaba a anochecer. Ni yo la miraba a ella ni ella me miraba a mi. Me preguntó qué quería hacer. Con su teléfono en la mano. Estábamos a tres días de la operación de mi mamá, oíme, una operación complicada dada la edad de la Vieja, y la Gallega como si nada, ninguna consideración por la situación de contexto. Lo único que le preocupaba era ser el centro de atención, la protagonista del melodrama. Había venido al hospital acompañarme porque así lo había querido y ahora me torturaba. Nos había dejado de cama a las dos, a mi Mare y a mi, con su capricho idiota de no querer venir hasta el bar. ¿Y para qué has metido a tu madre, tía, que no sabes arreglártelas sola?, me iba a reprochar después, como si yo hubiera podido disimular los nervios ante los insultos desproporcionados que me había escrito por el whatsapp. No había dicho nada frente a mi mamá pero mi cara y mi cuerpo me delataron, es lo que suelen hacer. ¿Qué pasa?, preguntó la Vieja, las dos sentadas todavía en el bar, ante mi súbita palidez y titubeos. Dios nos libre de los psicópatas narcisistas, Loco.
Alhaurin el Grande. |
Miraba su teléfono cada dos segundos, leía, sonreía y respondía. Qué imbécil, pensé, que tipa tan idiota y miserable, pobrecita. Pero ahí estaba yo a su lado, creo que todavía enamorada. Movía las piernas nerviosamente, ella, no sabía si era un acting o se había pasado de merca pero me daba impresión, parecía alguien de manicomio. Ok, te espero en tu piso, respondió al fin, en tono de orden, de que había que hacer lo que ella quería porque se había sacrificado viniendo desde el hotel a hacerme compañía. ¿Te espero en tu piso? Bajó de la pared sin dejar de mirar su mierda móvil. El auto está para el otro lado, le expliqué, todavía sin entender, y con toda la sensación de que iba a ser una noche inolvidable por lo demencial. (Sigue)
Continuará...
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