Llegué al auto caminando rápido, el cuello tenso estirado inconscientemente hacia adelante. Claro, después sentía mareos y es que tratando así a mis pobres cervicales me extraña no haber incluso espichado en el intento. Estuve más de cinco minutos intentando abrir un auto que no era mío. Igualito pero de alguien más. Por suerte no me vio el dueño. Y mirá lo ciega que estaría que tenia unos rayones en la puerta y un bollo en el capó pero no me di cuenta. ¿Sabés por qué me avispé? Porque no estaba mi Wilson, mi pelotita naranja con ojos, me acompaña en sentimiento siempre. Abrí finalmente la que correspondía al mío, mi coche, mi privada propiedad, lo que me convierte en una cerda capitalista, y me dejé caer en el asiento del conductor. Sentía el miedo en el cuerpo. No quería ir a mi casa con ella en el estado agresivo en el que se encontraba pero no me animaba a mandarle un mensaje de whatsapp. Ni eso, Loco. ¿Podés explicarme vos a quién salí tan pero tan cagona, che?
La tortas de Ines. |
Por qué nos enganchamos con gente así, digo yo. ¿Te volvió loco una mujer bien mala, Loco? ¿Quedaste atrapado en sus redes? ¿Pudiste darte cuenta de porqué te pasó? Yo todavía no. No puedo entender qué me tuvo hechizada de esa manera durante siete meses, siete meses de mi vida abrojada a esa inhumanidad dañina. Después de aquella noche sin fin sobre todo, no sé cómo o porqué volví a responderle el teléfono. Algunos momentos los reconstruyo porque guardo los chats, sabés, son inspiradores, me transportan, me retrotraen a la escena, pero de ese preciso momento del que te estoy por contar no tengo nada. Fue borrado de la faz del planeta. Eliminé sin querer queriendo como dos meses de vida con ella y sabés que me quiero morir porque Rocío es una infeliz, una desmedida, una psicópata impulsiva maltratadora, pero es poeta, che. Vulgar, sí, como el lujo, como Calamaro, pero poeta al fin. (Sigue)
Continuará...
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