miércoles, 5 de febrero de 2020

Capítulo 521 "Pasado bajo tierra"

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(Pausa larga y suspiro lánguido). Me quedo sola en la terraza frente a La Giralda, este piso también la tiene de testigo a la señora, mi bella Giralda. La gente que vive a su lado ya no la ve, se olvida de su belleza, la costumbre de verla tanto, llega un momento que desaparece. La costumbre aniquila todo. Pero yo la veo todavía. Por la noche sus campanadas acompañan los insomnios, los pensamientos de mierda, las imaginaciones sinfín. Acá era su productora, El Silencio, casi toda la manzana fue de Él en algún momento, y luego…. La vida. Nadie la tiene atada, le comento por si no lo sabía, por si no lo recordaba, hoy allá, mañana acá, pasado… bajo tierra. Y sí, hablar de Rocío me pone en este estado funesto.

Por suerte el Loco se fue para adentro si no iba a contagiarlo de pesar cuando lo que debe es estar feliz porque al fin va a tener su propia fundación. Me dio la sensación, casi certera, de que va porque hay que ir, pero no le entusiasma en lo más mínimo. Una fundación propia, ¿para qué mierda querría uno una fundación propia? Bebo de mi cerveza ya un poco caliente aunque deben haber menos de quince grados, según mi sensación corporal. Me doy cuenta de que una vez más se contradijo, primero con que a Rocío ya le iba a llegar lo que merecía y luego que si le deseo el mal me va a hacer mal a mi. Y por eso lo quiero, por contradictorio.
Yo no le deseo el mal a la Morocha, ni el mal, ni lo peor, ni que sufra, ni que le vuelva nada. No le deseo el mal porque veo cosas de ella en mi, de mi en ella. La incomprensión por parte del entorno. El no tener alguien con quien hablar el mismo idioma que la terminan mirando a una como si estuviera loca. La ilógica lógica con la que se desenvuelve en la vida por desesperación. Todavía no llego a entender si en busca de algo que la salve de ella misma o simplemente en busca de combustible, de emociones horribles y ajenas que le llenen el vacío, la superficialidad en la que vive.

Seguía estacionada en Retiro, plena avenida Libertador. Del sol ya no quedaban rastros y el gentío era cada vez más importante. ¿Qué haces?, volvió a preguntar, porque yo no daba arranque al auto. Seguramente estaba muy apurada por seguir haciéndome hacer malasangre. Y claro que tengo claro que la malasangre es mía, que me la hago yo, que podría insensibilizar mi alma, ponerme una armadura de indiferencia y no reaccionar. O no. No lo tengo claro. No sé si se puede no reaccionar cuando una persona como ella dispara. Porque es como un francotirador, sabe a dónde apuntar. Y no falla.

Arranqué el auto ante su mirada atónita, prepotente, risueña. Risueña porque me veía volver a caer en su red inmunda. Volvía a envolverme, a acertar la bala y a un paso estaba de ganarse nuevamente mi reacción fulera, mi enojo, mis ganas de tirarla del auto y así sentirse amada, deseada, estimada... Apenas arranqué le vi la cara de deseo. La ponía loca verme enfurecer y tratar de dominarlo. Me miró unos segundos más y volvió a su teléfono. Mandó uno o dos mensajes más y guardó el teléfono. Fijó su vista en el parabrisas. Pasado mañana operan a mi mamá, pensé, y quizá se muere.

El tráfico estaba pesado pesado. La gente toma Libertador para ir hacia la zona norte, zona de quintas de fin de semana. Pasábamos por la costanera cuando un perro apareció de la nada en medio de la avenida. Errático. Posiblemente perdido. Casi me trago al de adelante por mirar hacia donde se dirigía. Si lograba alcanzar o no la acera y ponerse a salvo. Frené casi sin querer. Ella se percató. ¡Aparca y cógelo! ¿Qué? ¿Y qué hago con el animal después? Mi gata se muere. Mi perro ídem. ¡No puedo llevarlo! Quiero que se salga de la avenida. ¡Anda! ¡Aparca que yo lo cojo! No puedes dejarlo ahí que lo va a atropellar un carro que no ves. ¿Y qué hacemos después con el anima, Rocío? Pues lo cogemos y luego ya vemos, una tienda de animales, algo… No hay veterinarias abiertas a esta hora, Rocío y a casa no puedo llevarlo. (Sigue)



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