miércoles, 24 de junio de 2020

Capítulo 529 "Sino Caperucita"

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Acá se hace una laguna. Posiblemente una laguna de esas de autodefensa según el psicoanálisis, porque no recuerdo lo que pasó en la cena. Ella que se reía mirando el móvil, en voz baja pero lo suficientemente alta como para que yo la escuchara, estaba haciendo el show para mi, reía con alguien que posiblemente la valoraba, la comprendía, con alguien con quien tenía onda. Y por un lado eso me ensanchaba el ego, que estuviera haciendo el show para mi, Morocha Osada, el problema es que no podía disfrutarlo porque tenía miedo, mucho miedo. Mi madre seguía internada y al día siguiente yo tenía que estar sana, sino viva, para poder asistirla. Tampoco recuerdo cómo ni cuándo terminé de cocinar el revuelto gramajo, ni cómo ni quién puso la mesa. Sí recuerdo que intenté acercarme a ella, hacer una tregua, sobre el futón. Me acerqué con cautela a observar lo que hacía con su papelitos, sentada a su lado le pregunté, respondió que era para calmarse, se lo había recomendado su psiquiatra. Terminó una especie de pajarito y me lo regaló, indirectamente, no me lo ofreció pero lo dejó a mi lado. Tomó su cajita y sacó todos los papeles, eran cuadraditos, algunos brillantes, otros de colores, chillones, combinados, opacos.

¿Cuántas caras puede tener un ser humano? Se calmaba en serio haciendo eso. ¿Cuál de las dos era ella? ¿La que se había dejado caer en medio de la vereda porque no le consentí el capricho o esta? ¿O la otra, esa que dejaba todo y se tomaba el vuelo para venir a acompañarme durante la enfermedad de mi madre? ¿Es nuestra esencia aquello que nos negamos a confesar de nosotros mismos? ¿Es ahí, en esa catacumba que tanto nos avergüenza, en esa inextricable oscuridad, ahí está nuestra verdad? La misma, combinada con las incontables máscaras que nos ponemos a diario, hacen algo así como un modelo terminado, o casi, un ser más o menos adaptable a esa malapraxis que es el mundo de afuera; los otros. Pocos tienen ojos para verla, esos seres sensibles que terminan enamorados de nosotros alocadamente, o bien disimulan y callan, indulgentes, porque saben lo que se siente cuando alguien pone nuestro monstruo de entrecasa de manifiesto. El monstruo enamora, badly, por eso me enamoré de Rocío, y se da un fenómeno bien curioso en estos casos, el monstruo nos encandila y tan bien se siente ese estado encandilante que terminamos engañándonos, disfrazando al monstruo posiblemente de coraje, de insurgencia, de irreverencia, sino de Caperucita. Sí, claro que existe quien se enamora de gente menos engorrosa pero terminan casados, dios no lo quiera, aburridos y/o pelados y panzonas.

A veces hago cosas sin pensarlo, ¿sabes? Sin pensar qué puede ocurrir al otro... Rompió el silencio sin dejar de doblar papelito. Que... que soy algo… cómo le decís vosotros… algo bruta… Digo desde el corazón, sin pensar… Ya sabes… Pero no es mi intención lastimar. Me sorprendió desnudando sus sentimientos mientras seguía "plegando", así supo llamar a esa actividad particular que le había recomendado el psiquiatra. El calor me volvió al cuerpo y confieso que por un segundo incluso sentí esperanza, ella reconocía su exabrupto, era consciente de lo que había hecho. ¿Estaba de alguna manera pidiendo disculpas? ¿Sería que podríamos reflotar esa noche espantosa? ¿Sería que podíamos transformarla en una de aquellas noches de antes? (Sigue)

To be continuí...



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