domingo, 15 de noviembre de 2020

Capítulo 541 "Bolsa negra en soledad"

CAPITULO ANTERIOR 

¿Y para qué es que tienen que trasladarla si solamente se desmayó?, pregunté, al borde del desmayo, del llanto panicoso, con el mate todavía vacío de yerba en la mano y el sonido de fondo de la pava eléctrica que estaba por acabar; al borde de la tentación porque flor de acción para el relato iba a destilar de este asunto. ¡Pero la vida de la vieja está en juego, Marina! La respuesta de la asistente del hogar me calló el cerebro de emisiones, era en parte ying y en parte yang: por un lado le hacían todos los estudios allí mismo, en el hospital, en un rato, y si todo estaba bien, HISOPADO NEGATIVO mediante, volvía a la residencia como quien sí quiere la cosa. Pero… (puta palabra) por otro lado los pasillos del hospital público se la iban a tragar, ya lo sabemos, deglutirían a mi mare inquieta, la digerirían y la expulsarían, como ya vimos en la tele, dentro de una negra bolsa en soledad. Y así es la cosa, la muerte, el fin de los tiempos de uno o de cualquiera, desaparecer en soledad, aunque se esté acompañado, porque nadie puede venirse con uno, aunque se le parta el alma porque lo dejamos solo en este mundo cruel y cruento, la pandemia nos lo grafica, nos lo pone en frente de la jeta, la muerte es soledad y la vida también, es muerte, desaparecer por la puerta del hospital, sobre una cama blanca y sucia y es cuestión de fe la causa de la misma, de fe en la ciencia, se entiende. 

Y, si había tenido la suerte milagrosa de no contagiarse en la residencia, teniendo en cuenta que los protocolos del gobierno son idiotas, inútiles, imbéciles, incoherentes y criminales, si había tenido esa suerte posiblemente se lo contagiara en el hospital, en fin… Que conste que ahora los trágicos sucederes son los que me acosan a mi sin que yo mueva un pelo siquiera para que se pongan en marcha. Se me ocurrió preguntar si no me permitían por causalidad acompañarla, mes de agosto, plena cuarentena estricta, salvo yo que no tengo fe en la ciencia y algún que otro trabajador esencial no andaba nadie por la calle, o sí, en realidad andaban pero al relato ahora le conviene que no así que no me joda. ¿Puedo ir con ella, reiteré al teléfono? La asistente se demoró un minuto y respondió que sí, que la señora de la ambulancia aprobaba mi compañía. ¡Oh! No supe si suicidarme o festejar así que hice lo que sí supe y mire usted, si cada uno hiciera de lo que sabe cuánto mejor que andaría el mundo, ¿no? Me vestí en un periquete, tomé teléfono móvil más cable de batería, un par de bananas, posiblemente nos íbamos a pasar unas cuantas horas allí, algo de plata, el único bozal que tengo, celeste y hecho a mano, encontrado en una vereda al comienzo de la pandemia y lavado con lavandina, y salí, rauda y veloz hacia el garaje a buscar el auto, que ellos mientras me esperaban. La que no sabía qué le esperaba, qué le deparaba la infernal jornada apenas naciente era yo… (Sigue)

Continuará...

No hay comentarios.:

Publicar un comentario