jueves, 21 de noviembre de 2013

No aclare que oscurece

Berta semi abrió su ojo, temerosa: el amanecer. Y peor que eso, el sol naciente reclamándole ser feliz, porque si el sol sale, tan generoso, una debe ser feliz, es obvio ¡La vida es para disfrutarla! ¡La vida es bella!, exclamaba desde fuera el insoportable as de luz. Suspiró, los diarios habían prometido nubes pero, como siempre, habían mentido. Ella odiaba tener que ser feliz con lo que se debe ser feliz y los amaneceres entraban en esa déspota categoría al igual que los casamientos ¡LE DABA PAVURA VER A LA GENTE ESPOSARSE HORROROSAMENTE! (Pero no saquemos el tema que se sulfura) Con espanto se asomó a la ventana, tal y como imaginó todos caminaban fuera radiantes de felicidad, activos, contentos, llenos de proyectos, de ganas de lograrlo, decididos a ir por ellos ¡Imbéciles!, se dijo acongojada. ¡Qué sociedad tan imbécil! ¿A dónde creen que van con tantas ganas? ¡Ya anochecerá y ahí los quiero ver!, gritó golpeteando el vidrio y cerró rápidamente las persianas.

Totalmente a oscuras se sintió mejor. Qué engaño, todo es un engaño. ¡El mundo se derrumba, SE DERRUMBA! Volvió a meterse en la cama, fijó su vista en el inexorable reloj que con sus ojos de números colorados le indicaba: aunque te enojes el mundo seguirá girando y ellos fuera disfrutando del hermoso sol naciente y vos, Bertita, deberías dejar de hacerte mala sangre porque las cosas son como son y no como uno quiere que sean además hay que ser feliz mientras se puede, hoy tenes dieciocho pero a cada momento sos un poco más vieja y ahora ya te queda menos tiempo, y ahora menos, más arrugas, menos vida, menos adelante, más cerca del arpa que de la guitarra, MIRÁ EL AMANECER, BERTITA, DEBERÍAS DISFRUTAR DEL AMANECER ¡Sea feliz, sea feliz, la vida es bella! La alarma sonó cual irónica carcajada. Berta revoleó una almohada contra el denigrante aparato que cayó al suelo ruidosamente. ¿Qué pasó?, gritó Mary desde abajo. Luego el sonido de las escaleras y la puerta abriéndose. ¿Qué paso, Be? Berta tapada hasta las orejas no dijo ni mu. Mary levantó el reloj, acomodo la almohada y abrió nuevamente las persianas: otra vez el puto sol!! ¡Be, ya es hora de bajar! Me siento mal, bufó Bertita. ¡Pero tiene que ir a la escuela! ¡Ande, que está el desayuno listo además hace un día precioso, mire que día promete el amanecer!, agregó para empeorar las cosas y salió tintineando cual alegre campanita.

¿Es que no van a dejarme en paz en este día? ¡Idiotas optimistas! Con esfuerzo se levantó, se miró al espejo ¡¿para qué?! Las ojeras le llegaban al suelo y su nariz era cada vez más grande. ¿No ven? El sol radiante elevándose a pesar de su enorme desgracia. Se sonó la nariz en un estruendo y ahí, cual trompeta de marcha fúnebre, sonó el teléfono. ¡NO! Berta sabía quien era y no tenía el más mínimo deseo de atenderlo. El pobre chico la pretendía, Edgardo, y encima era un buen muchacho. Obviamente suponía romántico el amanecer y la llamaba justo ahora a ver si ella aflojaba pero NO ¡No quiero que me busques, no tengo lo que pretendes, si me enamoro luego al perderte sufriría horrores y no quiero sufrir, no quiero que me dejes, no quiero sentir el hueco en el pecho, además los casados engordan, Edgardo, se vuelven apáticos y--! Berta le hablaba al teléfono concentradísima y éste de pronto dejó de sonar; entonces enmudeció ¿Y ahora? Ahora no te va a llamar más… después te quejas, Berta, te vas a quedar sola, no vas a sufrir por amor sino por desamor a menos que encuentres un ciego, alguien que te necesite por interés o que dejes de espantar a la gente, te vas a quedar para criar gatos y cuidar hijos de vecinos.

La tragedia parecía no tener fin y para condimentar el sol lentamente invadía la habitación. Mary volvió a llamarla. Berta terminó de cambiarse y bajó. Entonces se quedó parada un momento frente a la mesa: era un festín, panes recién horneados, miel silvestre, una taza enorme de café con leche, frutas frescas, cereales. Mary iba y venía sonriente, Berta la seguía con la mirada, intrigadísima ¿Puedo saber de qué se ríe una sirvienta que no tiene a futuro mejor proyecto que el de ser una sirvienta? Entonces Mary, como si le hubiera leído el pensamiento le dijo: mire, pequeña, sufrir es a veces parte de la vida y es gracias a esos momentos que luego disfrutamos de la dicha; después de una tormenta amamos el sol, luego de la sequía festejamos a la lluvia, tras una ausencia nos deleita la presencia, el sufrimiento suele ser un escalón para aprender y reponer fuerzas ¿comprende? Una sufre, se hace más fuerte y después sufre menos, sufre se hace más fuerte y después sufre menos, y después menos, y después menos y menos… una especie del que ríe último ríe mejor pero del sufrimiento ¡jajajaja!, mi padre me enseñó a ver con los ojos de la esperanza, concluyó. Berta miró a la alborozada sirvienta y de pronto se dio cuenta de que la veía por primera vez, notó que ya no era la sirvienta, era Mary; sintió su pena pero ya no era tal cosa, era un escalón donde apoyarse para pegar el salto, era la tormenta de la que podía aprender y guardar luego para la sequía, para las batallas que le esperaban a lo largo del camino; sintió el calor del sol en la cara, dio un gran mordisco a la manzana y esta le supo deliciosa. Se limpió con el puño el jugo de la fruta y corrió a la ventana: hay personas que son un sol en nuestras vidas, pensó y volvió a su café con leche.

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