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jueves, 5 de diciembre de 2013

DÉCADA GANADA (Verso sátiro en 3000 caracteres)

(Década ganada le dice el gobierno de turno en Argentina a sus diez años de, según ellos, crecimiento ininterrumpido. También hay en este momento una división entre Kirchneristas y opositores que divide incluso a las mejores familias. Hete aquí un verso humilde en homenaje a gran década).

Comedor de Coca. Tele encendida. Afuera diluvia. Suena el timbre.

Coca
(Abre) Llegás puntual por un día
No me la puedo creer

Braulio (Empapado)
No me empieces a joder
Vengo con algarabía
No sabes lo que es el día
Qué manera de llover

Coca
Cuidado no te sentés
Perdón, estás empapado
(A público) Es un poco retardado
O tal vez es la vejez
Nos casamos hace diez
Sumar tres de divorciados

Braulio
Bueno, che, no es para tanto
Un poco de agua nomás
Traete unas copas, encanto
Que te traje este champán (Ella afloja y lo abraza)
(A público) Las ventajas que se dan
Cuando te conoces tanto (Coca sale)
¿Qué hiciste, salmón ahumado?
Que olor a pescado que hay.
(Público) Es mi plato más amado.
Me quiere reconquistar.

Coca off
El pescado está recaro
Ya ni lo puedo soñar
Hay moñitos y estofado
Y podete contentar
El tufo es del excusado
Cuando empieza a diluviar

Braulio
(Público) Cuando no te conoces
Enorme es la fantasía
La pensaba y me moría
Todo lo que imaginé…

Coca viene con las copas

Coca
¿Te sirvo champaña fría?

Braulio
Sirvo yo, che, no embromés

Brindan, ella sirve la comida.

Braulio
Delicioso, es un manjar
Amo tu mano sagrada

Coca
¿Te sirvo más ensalada?

Braulio
Vení, que quiero bailar.

Coca
¿Ahora? Se va a enfriar

Él la agarra, bailan, sin música. Románticos.

Coca (Pispiando la tele)
¿Se inundó casa rosada?
Qué gracioso, hay que nadar!

Braulio
No hagas chistes ¿Sos tarada?
¿No ves que es para llorar?

Coca
Es la década ganada
Lo que es para llorar

Braulio
(Público) No le voy a contestar
Al postre quiero llegar (Se sienta a comer)
Ya empieza la tremendista
Con su llanto desmedido
Tendrías que ser artista
No exageres más, te pido!
No te entró una sola gota
Tengamos la cena en paz
Te quejás de hinchapelotas
Disculpame, me buscás!

Coca
Escúchame vos, marmota
Ahora nada filtró
Tuve que salir con botas
La tormenta que pasó!

Comen. Cara de culo. Tiempo.

Coca
(Solloza) Es la década ganada
Todo lo que te di!
Ganada para vos sólo
Tantos años que perdí

Braulio
¿Tantos años que perdiste?
Tanta guita que no vi
Refinoli te vestiste
Y todo gracias a mí

Coca
La ropa en cara me echás
Sos un rata, un roedor
(Público) Tan bien que sola una está
¿Por qué insisto digo yo?

Braulio
También sos de esos boludos
Que se creen las giladas
De los diarios vende humo
¡Es la década ganada!

Coca
No ves que sos pelotudo?
De tema no me cambies
Trae el guiso, hoy no comes
No me usás más de felpudo

Le saca el plato de la mesa

Braulio
Pero si vos me invitaste
No, señor  vos no estás bien
Menos mal que me rajaste
Me tratabas como el traste

Coca
Como el traste dice el vago
Dejá de decir pavadas
Andabas con reventadas
¿Qué esperabas, un halago?

Braulio
Ser fiel es una huevada
Una idiotez cultural!
Lo que tira es la garchada
El instinto demencial!

Coca
Te vas de acá ya, demente
O te saco a paraguazos
No sabes qué es ser decente
Siempre sos el mismo guaso

Lo corre a paraguazos.

Braulio
Esperá, no seas vehemente (Sale)

Coca se sienta. Tiempo.

Coca
Siempre ignoró el don de gentes
(Publico) Pero… el amor es escaso
Así que seguramente
A la semana siguiente
Desoyendo a don fracaso
Nos veamos nuevamente.

Salud (Brinda)

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Preferiria no hacerlo

Alguna manera debía haber de hacerlo reaccionar. No puede ser que no sienta cólera, miedo, tristeza, alegría, algo debe agradarle, algo debe preocuparle, excitarlo, contentarlo, deprimirlo, saciarlo, sacarlo de su estado impasible el cual ya no soy capaz de soportar un día más!! -. El reloj despertador indicó que la hora del descanso había llegado a su fin. Abrí los ojos lentamente, los párpados pesaban como plomo y estaba totalmente exhausto; había dormido muy mal y las sábanas estaban empapadas en sudor. Levanté la vista y lo vi, Bartleby, su rostro pálido, pulcro, desolado me miraba desde los pies de la cama como todo el día me miraba sin descanso en la oficina; encendí la luz de golpe con el corazón en la boca y la imagen desapareció. Buf… tomé aire, agitado. Me levanté despacio, fingiendo estar calmo y con los nervios bajo control. En eso tropecé con la silla pegándome la pata de algarrobo en el dedo meñique del pie derecho lo que me produjo un dolor tan intenso que me llego hasta la coronilla y por el cual casi sufro un infarto generalizado por el padecimiento y me parto la cadera golpeando al caer al suelo. Pude a tiempo y no por suerte sujetarme con una mano de la manija del modular lo que provoco que el mueble tiemble y caigan sobre mí decenas de libros muertos que hacía siglos ni registraba. – Oh, el manifiesto de Bretón, cuanta nostalgia -. Cuando el último rebotó en mi calva cabeza escuche el ruido del jarrón traído de Alemania por tía Noelia haciéndose trizas contra el suelo. - Tía Noelia... Cuanto hacía que no pensaba en ella, vieja pederasta -. Pude sentir mis neuronas revolviendo trabajosamente en el arcón de los recuerdos y allí estaba, tía Noelia; contemplando un trozo de jarrón de Alexanderplatz recordé su comportamiento y con terrible excitación recordé que la conducta de tía Noelia era muy parecida a la del nuevo empleado que en la oficina me atormentaba sin tregua. Una noche, medio borracha, me había confesado estar enamorada de uno de sus alumnos de piano; ella tenía cuarenta y ocho y el niño estaba por cumplir los trece. Recuerdo la fina copa de lemonchelo peligrando entre sus dedos alcoholizados. Sus ojos desquiciados buscando la aprobación indulgente de mi parte. Nunca se lo conté a nadie, claro, podía imaginar a mi madre desencajada al enterarse del asunto sufriendo un colapso nervioso y a mi padre que era ciego de un ojo intentando sujetarla para que no saltara por el balcón. No, señor. Ya de chico preferí la vida fácil y esto era no confrontar ni buscar pleitos y menos aún armar un alboroto de esta magnitud en la familia; si la vieja estaba desquiciada no era asunto mío.

Con dificultad me puse de pie, el dedo se estaba hinchando al punto de parecer una salchicha pasada de hervor. Rengueando fui por un poco de hielo y recordando a tía Noelia se me había antojado un limonchelo así que me serví una copa. Eso era lo que tenía que hacer, tenía que emborrachar a Bartleby. ¡Y ya borracho lo expulsaría de la oficina para siempre! Por un segundo pensé en que tal vez me hubiera convenido casarme. A la gente casada no le pasan estas cosas.

Camino a la oficina pasé primero por el mercado donde compre un buen arsenal de licores baratos, algún vino y un vodka. Pensaba en el horario que me convendría poner el plan a funcionar. Teníamos que estar solos, no había otra manera. Así que esperé a que los tres viejos empleados terminaran su horario para quedarme solo con Bartleby. Como siempre, permanecía en su escritorio con la mirada fija en su papelerío. Aunque últimamente ya no trabajaba. Cualquier cosa que se le pidiese respondía, impasible – Preferiría no hacerlo-.

- ¿Gusta? – Lo sorprendí poniendo frente a él una copa desbordante de licor de menta. El caucásico miró la copa y luego a mí, volvió a mirar la copa. La tomó con sus dedos cadavéricos y se la llevó lentamente a la nariz. Olió. Volvió a mirarme, le sonreí, expectante.

- ¿Y? ¿Me acompaña? – Pregunté, entusiasmado.
Preferiría no hacerlo – dejó escapar de su boca sin mirarme.

Esa frase, esa frase que me taladraba el seso constantemente. Sentí la frustración trepándome por los huesos y un deseo vigoroso de gritarle, cogerlo de sus ropas, arrastrarlo por el suelo dando su cabeza contra las patas del escritorio, tomarlo por el cuello hasta dejarlo sin aire - ¡Lo odio! – Pensé - Lo odio profundamente ¿Qué es lo que quiere de mí? ¿Volverme loco? ¿Quedarse con mi oficina? ¿Con mi casa? ¿Eso quiere? ¡Entonces máteme! ¡Aniquíleme! ¡Déjeme seco! ¡Pero hágalo ya! – Tomé aire, me compuse - ¿Va a dejarme bebiendo solo? – Dije lo más cortésmente que pude – El hombre volvió a mirar la copa en un movimiento perezoso:

El licor barato daña el hígado – Me dijo
- ¿Barato? ¿Le parece que es barato? –

Casi desfallezco. Jamás hubiera imaginado que tuviera conocimiento de licores. Forzando la mejor de mis sonrisas fui en busca de la botella de vodka. De un trago me bebí su copa llena de licor y de otro bebí también la mía. Colmé las dos copas de vodka – Privilegio de pocos – Le mostré la etiqueta pero no la miró; sigilosamente tomó la copa y volvió a llevársela a la nariz. Así se quedó lo que parecieron ser largos minutos. Se llevó la copa a los labios y dio un sorbo – ¡Salud! – Le dije con una alegría inmensa y para festejar el triunfo vacié lo que era mi tercera o cuarta copa, ya no recuerdo. Me miró. Dejó escapar una tenue sonrisa y el cuerpo me tembló. Al parecer mi plan estaba funcionando, estaba abriendo el caparazón de Bartleby y entonces sentí miedo y un poco de lástima ¿Y si estaba comenzando a confiar en mí? ¿Y si era yo la única persona en el mundo en quien él podría llegar a confiar? Al parecer no tenía dónde vivir, por algo dormía en la oficina, por algo se negaba a irse ¿Quién sos? – Pensé con una angustia horrible en medio del pecho, pero no dije nada -. Yo, el único ser en el que Bartleby confiaría por siempre jamás y resulta que era un farsante, un fiasco, una engañifa intentando sobornarlo con alcohol para que me cuente sus secretos, para que me revele su mundo, su nombre, su locura ¡Hipócrita, testaferro, mal parido, jugando con la ilusión del pobre hombre - ¿Está bueno, no? – Le dije. No me contestó pero yo terminé mi quinta copa y llené la sexta en un intento de ahogar mi repentina angustia. Bartleby tomó su copa y se puso de pie; lo seguí silenciosamente con la mirada, caminó por la oficina hasta sentarse en mi sillón, ¡En mi sillón! con su rostro impasible, decente, insoportablemente pulcro, apoyó sus mugrosos zapatos sobre mi escritorio ¡Mi escritorio! se respaldó en mi sillón de pana verde, liberó un suspiro relajado y ahí se quedó. Cada tanto daba un sorbo al vaso de vodka. Y yo me serví ya mi noveno vaso o décimo, qué importa.


Para cuando Bartleby se hubo entonado un poco a causa del alcohol yacía yo a punto del coma alcohólico tumbado sobre una silla, mi torso impresentable y desparramado sobre el mismo escritorio en dónde Bartleby dejaba morir sus lágrimas inconfesables. Sí, estaba llorando. Había dormido yo un buen rato sin darme cuenta. El escribiente creyéndome inconsciente hablaba por primera vez como un ser humano; me contaba sobre su trabajo en la oficina de letras muertas – Julieta – Repetía y cada vez que la nombraba le temblaba el labio inferior. Continuó – Recibí cientos de cartas de ella, semana tras semana, siempre rebotaban en la dirección esa, decían no conocer el remitente. Entonces terminaban en mi oficina de cartas sin destino. Hasta que decidí abrir una y leerla. Sí, usted dirá, no se debe hacer eso pero… ¿Qué era lo que esa persona quería contarle a otra tan perseverante e insistentemente? - Dijo Bartleby con un hilo de voz. - Lo que no se animaba a decirle a él, a su marido, ella se lo escribía a los padres de él. Pero jamás las quisieron recibir. “Llevo días fingiendo que estoy bien sin estarlo, la relación con vuestro hijo se está tornando insostenible y no quiere irse de la casa”, ella escribió en su última carta, “vivo constantemente sonriendo y aguantando su falta de respeto; es tan poco hombre que me ataca y convierte su rabia en insulto” – Yo quería levantarme, abrazar al pobre Bartleby pero sabía que si lo hacía cerraría nuevamente su coraza. Él continuó – “Me muerdo el labio cuando me dice que no encontraría a otro como él, para no contestarle que esa era la idea... pero sé que no puedo dejarlo, en el fondo, no puedo, necesito ayuda, por favor…” – No aguanté más, Bartleby recitaba esa carta con el alma partida, su voz hecha un lamento; me incorporé como pude y lo vi, pobrecito. Las lágrimas brotaban de sus ojos pero su rostro no expresaba emoción alguna, algo en él estaba muerto. Terminó su copa de vodka, la dejó cuidadoso sobre el escritorio y volvió a su lugar de trabajo. Tomé la carta que había dejado sobre el mueble, leí un poco, me estremecí. En ella Julieta anunciaba que iba a quitarse la vida. Una frase subrayada en rojo aunque ya borroso me heló la sangre – Preferiría no hacerlo... - había marcado Bartleby en la carta - "A ustedes les digo que ésta es la última, ya no habrá otra, si no se va él, me voy yo, preferiría no hacerlo, pero me voy" – Algo en Bartleby se había ido con esa mujer. Y yo ahora conocía su secreto aunque, hubiera preferido no hacerlo.

lunes, 25 de noviembre de 2013

La felicidad (Taller Aída Bortnik 2012)

Gualterio secó sus lágrimas y se levantó los arrugados pantalones. Caminó sigiloso hasta la puerta de su habitación y la cerró, con el orgullo hecho pedazos y las nalgas coloradas ¡Flor de paliza! Sí que tenía mano pesada el tano. Y no era justo, nada era justo en esta vida, pero ya iba a crecer él para poner las cosas en su lugar ¡Todo por veinte míseros centavos! ¡Veinte miserables centavos! ¡Que vida esta! Abrió el cajoncito de la mesa de luz, las dos monedas brillaban como perlas. Se las guardó en el bolsillo sin sentir culpa, ya bien había pagado por ellas. En eso sintió un golpecito contra el cristal de la ventana. Era el Changa, su amigo del alma, su hermano postizo y mayor que lo llevaría hoy, según dijo, a conocer la felicidad - ¿Será así como dice? ¿Será esa la felicidad?

Llegaron a La Boca cerca del mediodía. Gualterio pocas veces iba al centro y menos aún sin su papá. Claro que le gustaba más caminar junto al Changa, él era solo tres años mayor pero el tipo tenía calle y además era pintón, cuando andaba con él las chicas los veían pasar. Gualterio intentaba caminar inflando los hombros para verse más “hombre” pero tantas cosas para mirar le ofrecía el paseo que rápidamente se distraía y lo olvidaba. – Es ahí – Señaló el Changa lo que parecía ser como un rancho de color amarillo pálido. Entraron. El aire estaba viciado por el humo de cigarrillos baratos. Lánguidas lamparillas de colores se esforzaban por disimular el ambiente pringoso pero fracasaban en su intento. Un macró bebía algo en la barra y algún otro rufián invitaba a una pupila con un trago, fumaban y reían.

- ¿Quéres un refresco? – Preguntó el Changa.
– No, gracias -  respondió tímido Gualterio.
– Bueno, esperame acá –

Su amigo se acercó con paso guapo a la regenta y cruzó algunas palabras con ella - Una vieja - pensó Gualterio - Espero que no sea esa, por dios que me muero acá muerto y no me levantan ni con cucharita - La mujer miró de lejos a Gualterio con una sonrisa.

- Seguí a la señora, Teri, ella te va a llevar –

A Gualterio el pecho se le cerró por un momento, siguió a la regenta a través de un patio en el que había solo un banco pintado de ocre y un limonero. Por una puertecita salió a su encuentro la pupila - ¿Vamos, querido?

Soportando la mirada de la muchacha comenzó a desabotonarse la camisa.

– ¿Quién te trajo, tu papá?-
– No… un amigo - Gualterio estaba por sacar la plata.
– Ahora me das ¿Cuántos años tenes? -
– Trece -
Ah, un purretín… - dijo ella tiernamente.

Gualterio se volvió con el torso desnudo.

– Vení, no tengas miedo, sentate acá, no te apures – Ella se recostó sobre las mantas sucias. Se hizo un silencio largo. La mujer era horrorosamente flaca, estaba vestida con un viejo sostén dorado y la bombacha haciendo juego. Olía a rancio. Gualterio sudaba, lo que menos sentía en ese momento era felicidad.

– ¿Queres tocarme? –

El chico asintió con un gesto dudoso. No podía mirarla.

– ¿Tenes miedo? ¿Qué pasa, qué pensás? Contame –
– Nada, no sé – Dijo el muchachito con la vista fija en el piso de madera.
- Mirame, querido, no tengas miedo… Mirame ¿Por qué no me mirás?... Nene, nene… ¡Mirame! –

La mujer le tomo la mano y la apoyó en uno de sus senos. Gualterio no la miraba, estaba paralizado.

- ¡Mirame, nene, te digo que me mires! –

Gualterio la miró, los ojos de la mujer echaban fuego.

- ¿Qué pensas? ¿Crees que soy una pobre meretriz, una indecente, que llevo una vida sin objeto? ¿Pensas eso, no? ¿Por eso no me mirás? Decilo –

Gualterio la miró con los ojitos grandes y perplejos.

– Yo estudio, sabes, estudio filosofía en la facultad y hago esto para pagarme los gastos porque nadie se hizo cargo de mi ¿Entendes, pibe? ¡No me mires así! ¡No me mires así! ¡No tengo papá y mamá como vos, me trajeron al mundo y me dejaron tirada! ¡Eso hacen, fornican porque no se pueden controlar y menos aún hacerse cargo de las consecuencias! Por eso nos imponemos reglas los seres humanos, porque no sabemos controlar los impulsos sexuales. La sensibilidad del sistema sexual supera la voluntad de las personas y muchas veces provoca reacciones descontroladas, obsesiones terribles: Sansón y Dalila, las luchas por Elena de Troya, Camila y Ladislao – La mujer caminaba locamente revoleando sus brazos por el cuarto, continuó: - Pero el impulso sexual también está ligado al instinto, a la conservación de la especie, al funcionamiento armonioso del universo ¿Se puede reglamentar el instinto? ¿Puede el impulso sexual ser cercenado por la necesidad cultural? Jajaja… yo no lo creo… por algo anda tan bien este negocio - Gualterio la miraba ahora desde un rincón, tenía la camisita en la mano  – Que va´cer, así es la cosa, pibe… no te asustes, me encanta filosofar… ¿Viste todo lo que puede pensar una puta?… Pero, de la filosofía no se vive ¿Cuánta plata tenés, a ver, mostrame? - Gualterio metió su manito en el bolsillo sin salir del estupor, le mostró las dos monedas. La mujer lo miró con el ceño fruncido y los ojos graves. Gualterio fue arrojado literalmente al patiecito a medio vestir y la puerta cerrada de un portazo.  Es que el Changa le había dicho – Un veinte – pero nunca imaginó que eran veinte pesos. Una fortuna para aguantar a una loca chillando, que desgracia.


Ya en una esquina del barrio se despidió del Changa que con una palmada en la espalda lo felicitó. Gualterio sonreía pero su mirada lloraba. Por suerte el Changa no se dio cuenta. Caminó unas cuadras pensando en lo que esa perdularia  le había dicho; pensó si en su mirada no habría algo malo porque su papá también, con solo mirarlo a los ojos ya sabía que se había mandado una macana. Así, casi sin darse cuenta llegó al salón de novedades, feria de fenómenos al que lo llevaban cuando era más chico y todavía vivía su mamá. Él simulaba divertirse para no defraudarlos pero la verdad era que los enanos no le gustaban nada y las mujeres con barba le daban un poco de impresión. Se detuvo frente a la maquinita, eso sí que le gustaba, metió las dos monedas en la ranura y se dejó llevar extasiado por aquellos mundos proyectados. Esa era para él la felicidad.

jueves, 21 de noviembre de 2013

No aclare que oscurece

Berta semi abrió su ojo, temerosa: el amanecer. Y peor que eso, el sol naciente reclamándole ser feliz, porque si el sol sale, tan generoso, una debe ser feliz, es obvio ¡La vida es para disfrutarla! ¡La vida es bella!, exclamaba desde fuera el insoportable as de luz. Suspiró, los diarios habían prometido nubes pero, como siempre, habían mentido. Ella odiaba tener que ser feliz con lo que se debe ser feliz y los amaneceres entraban en esa déspota categoría al igual que los casamientos ¡LE DABA PAVURA VER A LA GENTE ESPOSARSE HORROROSAMENTE! (Pero no saquemos el tema que se sulfura) Con espanto se asomó a la ventana, tal y como imaginó todos caminaban fuera radiantes de felicidad, activos, contentos, llenos de proyectos, de ganas de lograrlo, decididos a ir por ellos ¡Imbéciles!, se dijo acongojada. ¡Qué sociedad tan imbécil! ¿A dónde creen que van con tantas ganas? ¡Ya anochecerá y ahí los quiero ver!, gritó golpeteando el vidrio y cerró rápidamente las persianas.

Totalmente a oscuras se sintió mejor. Qué engaño, todo es un engaño. ¡El mundo se derrumba, SE DERRUMBA! Volvió a meterse en la cama, fijó su vista en el inexorable reloj que con sus ojos de números colorados le indicaba: aunque te enojes el mundo seguirá girando y ellos fuera disfrutando del hermoso sol naciente y vos, Bertita, deberías dejar de hacerte mala sangre porque las cosas son como son y no como uno quiere que sean además hay que ser feliz mientras se puede, hoy tenes dieciocho pero a cada momento sos un poco más vieja y ahora ya te queda menos tiempo, y ahora menos, más arrugas, menos vida, menos adelante, más cerca del arpa que de la guitarra, MIRÁ EL AMANECER, BERTITA, DEBERÍAS DISFRUTAR DEL AMANECER ¡Sea feliz, sea feliz, la vida es bella! La alarma sonó cual irónica carcajada. Berta revoleó una almohada contra el denigrante aparato que cayó al suelo ruidosamente. ¿Qué pasó?, gritó Mary desde abajo. Luego el sonido de las escaleras y la puerta abriéndose. ¿Qué paso, Be? Berta tapada hasta las orejas no dijo ni mu. Mary levantó el reloj, acomodo la almohada y abrió nuevamente las persianas: otra vez el puto sol!! ¡Be, ya es hora de bajar! Me siento mal, bufó Bertita. ¡Pero tiene que ir a la escuela! ¡Ande, que está el desayuno listo además hace un día precioso, mire que día promete el amanecer!, agregó para empeorar las cosas y salió tintineando cual alegre campanita.

¿Es que no van a dejarme en paz en este día? ¡Idiotas optimistas! Con esfuerzo se levantó, se miró al espejo ¡¿para qué?! Las ojeras le llegaban al suelo y su nariz era cada vez más grande. ¿No ven? El sol radiante elevándose a pesar de su enorme desgracia. Se sonó la nariz en un estruendo y ahí, cual trompeta de marcha fúnebre, sonó el teléfono. ¡NO! Berta sabía quien era y no tenía el más mínimo deseo de atenderlo. El pobre chico la pretendía, Edgardo, y encima era un buen muchacho. Obviamente suponía romántico el amanecer y la llamaba justo ahora a ver si ella aflojaba pero NO ¡No quiero que me busques, no tengo lo que pretendes, si me enamoro luego al perderte sufriría horrores y no quiero sufrir, no quiero que me dejes, no quiero sentir el hueco en el pecho, además los casados engordan, Edgardo, se vuelven apáticos y--! Berta le hablaba al teléfono concentradísima y éste de pronto dejó de sonar; entonces enmudeció ¿Y ahora? Ahora no te va a llamar más… después te quejas, Berta, te vas a quedar sola, no vas a sufrir por amor sino por desamor a menos que encuentres un ciego, alguien que te necesite por interés o que dejes de espantar a la gente, te vas a quedar para criar gatos y cuidar hijos de vecinos.

La tragedia parecía no tener fin y para condimentar el sol lentamente invadía la habitación. Mary volvió a llamarla. Berta terminó de cambiarse y bajó. Entonces se quedó parada un momento frente a la mesa: era un festín, panes recién horneados, miel silvestre, una taza enorme de café con leche, frutas frescas, cereales. Mary iba y venía sonriente, Berta la seguía con la mirada, intrigadísima ¿Puedo saber de qué se ríe una sirvienta que no tiene a futuro mejor proyecto que el de ser una sirvienta? Entonces Mary, como si le hubiera leído el pensamiento le dijo: mire, pequeña, sufrir es a veces parte de la vida y es gracias a esos momentos que luego disfrutamos de la dicha; después de una tormenta amamos el sol, luego de la sequía festejamos a la lluvia, tras una ausencia nos deleita la presencia, el sufrimiento suele ser un escalón para aprender y reponer fuerzas ¿comprende? Una sufre, se hace más fuerte y después sufre menos, sufre se hace más fuerte y después sufre menos, y después menos, y después menos y menos… una especie del que ríe último ríe mejor pero del sufrimiento ¡jajajaja!, mi padre me enseñó a ver con los ojos de la esperanza, concluyó. Berta miró a la alborozada sirvienta y de pronto se dio cuenta de que la veía por primera vez, notó que ya no era la sirvienta, era Mary; sintió su pena pero ya no era tal cosa, era un escalón donde apoyarse para pegar el salto, era la tormenta de la que podía aprender y guardar luego para la sequía, para las batallas que le esperaban a lo largo del camino; sintió el calor del sol en la cara, dio un gran mordisco a la manzana y esta le supo deliciosa. Se limpió con el puño el jugo de la fruta y corrió a la ventana: hay personas que son un sol en nuestras vidas, pensó y volvió a su café con leche.