lunes, 25 de noviembre de 2013

La felicidad (Taller Aída Bortnik 2012)

Gualterio secó sus lágrimas y se levantó los arrugados pantalones. Caminó sigiloso hasta la puerta de su habitación y la cerró, con el orgullo hecho pedazos y las nalgas coloradas ¡Flor de paliza! Sí que tenía mano pesada el tano. Y no era justo, nada era justo en esta vida, pero ya iba a crecer él para poner las cosas en su lugar ¡Todo por veinte míseros centavos! ¡Veinte miserables centavos! ¡Que vida esta! Abrió el cajoncito de la mesa de luz, las dos monedas brillaban como perlas. Se las guardó en el bolsillo sin sentir culpa, ya bien había pagado por ellas. En eso sintió un golpecito contra el cristal de la ventana. Era el Changa, su amigo del alma, su hermano postizo y mayor que lo llevaría hoy, según dijo, a conocer la felicidad - ¿Será así como dice? ¿Será esa la felicidad?

Llegaron a La Boca cerca del mediodía. Gualterio pocas veces iba al centro y menos aún sin su papá. Claro que le gustaba más caminar junto al Changa, él era solo tres años mayor pero el tipo tenía calle y además era pintón, cuando andaba con él las chicas los veían pasar. Gualterio intentaba caminar inflando los hombros para verse más “hombre” pero tantas cosas para mirar le ofrecía el paseo que rápidamente se distraía y lo olvidaba. – Es ahí – Señaló el Changa lo que parecía ser como un rancho de color amarillo pálido. Entraron. El aire estaba viciado por el humo de cigarrillos baratos. Lánguidas lamparillas de colores se esforzaban por disimular el ambiente pringoso pero fracasaban en su intento. Un macró bebía algo en la barra y algún otro rufián invitaba a una pupila con un trago, fumaban y reían.

- ¿Quéres un refresco? – Preguntó el Changa.
– No, gracias -  respondió tímido Gualterio.
– Bueno, esperame acá –

Su amigo se acercó con paso guapo a la regenta y cruzó algunas palabras con ella - Una vieja - pensó Gualterio - Espero que no sea esa, por dios que me muero acá muerto y no me levantan ni con cucharita - La mujer miró de lejos a Gualterio con una sonrisa.

- Seguí a la señora, Teri, ella te va a llevar –

A Gualterio el pecho se le cerró por un momento, siguió a la regenta a través de un patio en el que había solo un banco pintado de ocre y un limonero. Por una puertecita salió a su encuentro la pupila - ¿Vamos, querido?

Soportando la mirada de la muchacha comenzó a desabotonarse la camisa.

– ¿Quién te trajo, tu papá?-
– No… un amigo - Gualterio estaba por sacar la plata.
– Ahora me das ¿Cuántos años tenes? -
– Trece -
Ah, un purretín… - dijo ella tiernamente.

Gualterio se volvió con el torso desnudo.

– Vení, no tengas miedo, sentate acá, no te apures – Ella se recostó sobre las mantas sucias. Se hizo un silencio largo. La mujer era horrorosamente flaca, estaba vestida con un viejo sostén dorado y la bombacha haciendo juego. Olía a rancio. Gualterio sudaba, lo que menos sentía en ese momento era felicidad.

– ¿Queres tocarme? –

El chico asintió con un gesto dudoso. No podía mirarla.

– ¿Tenes miedo? ¿Qué pasa, qué pensás? Contame –
– Nada, no sé – Dijo el muchachito con la vista fija en el piso de madera.
- Mirame, querido, no tengas miedo… Mirame ¿Por qué no me mirás?... Nene, nene… ¡Mirame! –

La mujer le tomo la mano y la apoyó en uno de sus senos. Gualterio no la miraba, estaba paralizado.

- ¡Mirame, nene, te digo que me mires! –

Gualterio la miró, los ojos de la mujer echaban fuego.

- ¿Qué pensas? ¿Crees que soy una pobre meretriz, una indecente, que llevo una vida sin objeto? ¿Pensas eso, no? ¿Por eso no me mirás? Decilo –

Gualterio la miró con los ojitos grandes y perplejos.

– Yo estudio, sabes, estudio filosofía en la facultad y hago esto para pagarme los gastos porque nadie se hizo cargo de mi ¿Entendes, pibe? ¡No me mires así! ¡No me mires así! ¡No tengo papá y mamá como vos, me trajeron al mundo y me dejaron tirada! ¡Eso hacen, fornican porque no se pueden controlar y menos aún hacerse cargo de las consecuencias! Por eso nos imponemos reglas los seres humanos, porque no sabemos controlar los impulsos sexuales. La sensibilidad del sistema sexual supera la voluntad de las personas y muchas veces provoca reacciones descontroladas, obsesiones terribles: Sansón y Dalila, las luchas por Elena de Troya, Camila y Ladislao – La mujer caminaba locamente revoleando sus brazos por el cuarto, continuó: - Pero el impulso sexual también está ligado al instinto, a la conservación de la especie, al funcionamiento armonioso del universo ¿Se puede reglamentar el instinto? ¿Puede el impulso sexual ser cercenado por la necesidad cultural? Jajaja… yo no lo creo… por algo anda tan bien este negocio - Gualterio la miraba ahora desde un rincón, tenía la camisita en la mano  – Que va´cer, así es la cosa, pibe… no te asustes, me encanta filosofar… ¿Viste todo lo que puede pensar una puta?… Pero, de la filosofía no se vive ¿Cuánta plata tenés, a ver, mostrame? - Gualterio metió su manito en el bolsillo sin salir del estupor, le mostró las dos monedas. La mujer lo miró con el ceño fruncido y los ojos graves. Gualterio fue arrojado literalmente al patiecito a medio vestir y la puerta cerrada de un portazo.  Es que el Changa le había dicho – Un veinte – pero nunca imaginó que eran veinte pesos. Una fortuna para aguantar a una loca chillando, que desgracia.


Ya en una esquina del barrio se despidió del Changa que con una palmada en la espalda lo felicitó. Gualterio sonreía pero su mirada lloraba. Por suerte el Changa no se dio cuenta. Caminó unas cuadras pensando en lo que esa perdularia  le había dicho; pensó si en su mirada no habría algo malo porque su papá también, con solo mirarlo a los ojos ya sabía que se había mandado una macana. Así, casi sin darse cuenta llegó al salón de novedades, feria de fenómenos al que lo llevaban cuando era más chico y todavía vivía su mamá. Él simulaba divertirse para no defraudarlos pero la verdad era que los enanos no le gustaban nada y las mujeres con barba le daban un poco de impresión. Se detuvo frente a la maquinita, eso sí que le gustaba, metió las dos monedas en la ranura y se dejó llevar extasiado por aquellos mundos proyectados. Esa era para él la felicidad.

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