domingo, 5 de septiembre de 2021

CAPÍTULO 552 "DOGMÁTICA DEL ESPANTO"

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Pagué apurada y agarré la bolsita blanca. Hacía calor pero no iba a perder el tiempo en sacarme la campera, temía que la vieja se cayera al piso o se arrancara el suero o estirara la pata o lo peor, que algún idiota de la salud, que no son todos así, lo acepto, con mucho alivio lo acepto, pero en este hospital me habían dado ya varias señales de que posiblemente estuvieran llenos de medallas y homenajes a la inoperancia, temía que confundieran a la paciente y la llevaran a operar de algo, o que le dieran una medicación que no fuera, a pesar de que les había indicado el error, vio que el humano es especialista en tropezar en continuado con la misma piedra y repetir en consecuencia los mismos errores y la consecuencia igual de nefasta, cuando no mortal. ¿Cuánto hubiera vivido mi madre si no me hubiesen permitido acompañarla en la ambulancia tomando la medicación que no tomaba? Anotaron una para la epilepsia que ignoraba yo de donde habían sacado el dato. ¿Cuánto hubiera sobrevivido mi madre tomando la que no tomaba y no tomando la que sí? El destino no siempre es un jodido (o sí, depende el cristal con que se mire) y lo acepto con alegría porque me hace cambiar de idea, dejar de ser tan pesimista, dogmática del espanto y la catástrofe.

Llegué a la guardia y la puerta estaba cerrada. Di toda la vuelta al pabellón como había aprendido en el Subizarreta. En aquel hospital dando la vuelta había una que siempre quedaba entreabierta porque los camilleros entraban y salían. Recordé. Terminamos allá cuando su última caída, en la que palmó implantes y muñeca. Mes y medio enyesada y bisagra de la vida, de ser independiente a no serlo nunca más, ni ella ni yo, hasta que la muerte nos separara, la de ella o la mía, una de tres. 

Di la vuelta pero no había tal otra entrada así que volví a punto cero y golpeé. Decía golpee y aguarde pero sabemos cuanto pueden llegar a durar esos “aguarde” en lugares como estos. Desesperé. Golpeé más fuerte y con mayor insistencia. La bolsita se zarandeaba en mi muñeca. Me abrió el boludo del mostrador, el que se había olvidad de mandarme a hacer la orina, con cara de culo me abrió, me elevé un poco y le pedí disculpas, que temía que mi madre se hubiera caído a lo que negó cualquier tipo de posibilidad de que eso pudiera pasar. JA. Pensé, pero no dije nada. Una porque caminaba directo al gabinete de ella y otra porque la inteligencia me recomendaba que no hiciera malas migas con quien iba a tener que convivir quien sabía cuantas horas más y de quien iba a necesitar favores, sí, favores, porque algunos de estos especímenes creen que el trabajo que les toca, asistir, es hacer un favor. ¡Te pagan poco? No es mi culpa, tarambana.

No. No se había caído. Respiré. Sí se había dado vuelta de nuevo, su cara hacia la pared, dormitaba con la cabeza apoyada sobre ambas manos. Cuanta pena me dio mi madre en ese estado: vieja, dependiente, estropeada. En el hogar la pasa mejor que vos, me dije para descomprimirme la angustia, la impotencia de no poder cambiar las leyes naturales, su vida, sus genes, algo para que no estuviera tan deteriorada. ¿Estaba exagerando? Mi madre todavía caminaba, con andador, pero caminaba. Más que de incontinencia y de malhumor de otra cosa no padecía. Pero se la veía estropeada en esa camilla, con la guía puesta y la cara pálida. Y es cierto que en el hogar realmente estaba bien, hasta que invadieron los estatales con sus protocolos idiotas y criminales el hogar era una fiesta. Había llegado a ir todos los días, con la guitarra y todo. La excusa era acompañarla en su adaptación pero la verdad es que me sentía como en casa. Incluso dejé mi instrumento ahí porque la llevaba y la traía para cantar con las viejas todos los días. Viejas que cantaban, hijos que iban y venían, charla de acá, charla de allá, mate compartido, facturas, bingo, talleres de esto y aquello… La compañía que no tenía en casa la encontraba ahí, junto a mi madre, en su nuevo hogar. Qué paradoja, ¿no? El geriátrico al que todos atribuyen el nombre de depósito de viejos nos había resucitado a las dos.

Le acomodé la guía del suero para que no estuviera tirante, controlé que saliera más o menos constante el líquido y me senté a dar cuenta de la comida, iba a dejarla descansar y cuando espabilara... Pero no. Comida y mi madre durmiendo son dos universos incompatibles. Levantó la cabeza, le costaba despegar los ojos, la ayudé a incorporarse. Sentada en la camilla, con las piernas colgando, le fui pasando galletitas y le preparé el tecito del que tomó poco y nada. ¿Cuándo nos vamos?, preguntó ansiosa. Relaté que había que esperar el resultado de la orina y luego a que un médico viera eso y lo de la sangre y lo de la tomografía. Podía llegar a demorar todo esto unos veinte años pero como el destino venía siendo algo menos que jodido sonreí, aunque puede ser que tarden algo menos, le dije. Se rio y volvió a acostarse, esta vez dando la espalda a la pared. 

La enfermera irrumpió con una bandejita, traía más comida para ella porque le habían sacado sangre. Alegó eso y se fue. ¿Querés? Antes de que acabara de preguntarle ya estaba incorporándose de nuevo. Me alivié. ¿Sería que se sentía algo mejor entonces? Me intrigaba, por no decir que me preocupaban sus dos desmayos de la mañana. Le tapé la espalda con su gabán y la ayudé a comer primero a ella, después me comí medio a la fuerza el sánguche que había comprado. Me habían despertado a las ocho y media de la mañana, que no estaba bien etc, a tres días de haber vuelto de mis Madriles queridos, de estar con mis bálsamos eruditos,  mis Antonios, mis Jesúses, Rocío, la Gitana... Todavía tenía el estómago cerrado, el cerebro descerebrado, la adaptación a la realidad completamente nula. CAPÍTULO SIGUIENTE

Continuará…




sábado, 7 de agosto de 2021

CAPÍTULO 551 "La procura del salame"

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Vos tenes que  procurar que los otros, que son el infierno, según Sartre, vos tenes que procurar que los otros crean que sos medio salame, algo tarado, tenes que procurar que crean que te va mal en la vida, que nada te sale, que siempre la erras, o al menos que la erras la mayoría de la veces, que aunque te lo propones no logras llegar a la meta, aunque esto último… Esto último da un poco que pensar porque las redes abundan de fotos de Fulano con el premio en la mano, o de Fulano con la revista en la mano en la que ha sido galardonado, o de Fulano logrando cierto objetivo que se había propuesto, un título, un trabajo, una cena con velitas, un corte de pelo, estrambótico o no, y esos posteos exitosos cosechan muchos megusta y felicitaciones, felicitaciones con florcitas y corazoncitos incluidos, no cualquier cosa. Lo que no sabemos es si son sinceras sendas manifestaciones. Dada mi experiencia con humanos podríamos arriesgar que no, que en su mayoría son felicitaciones de cocodrilo, felicitaciones que preceden al siguiente pensamiento, cuasi literal: este mediocre de mierda se ganó el premio, esta alfeñica de porquería tuvo un chico y tiene un marido y yo, que soy tan afable, que voy a hacerme el tratamiento de la papada semanalmente y tengo mi propio departamento... ¡Estoy sola y angustiada!

En definitiva, como ya lo vaticinó Roberto Arlt, el antihéroe seduce, genera empatía, gana amigos, no amigos de verdad, amigos condescendientes, amigos que en el fondo le tendrán al fracasado un poco de lástima, pero sea como fuere lo querrán. al fin y al cabo, porque está por debajo, porque nunca la pega o porque pobre… todo siempre le cuesta tanto... Y acá cabe aclarar que, es sabido, si las cosas cuestan es porque se es buena persona, así lo ha sentenciado el saber frondoso popular en estos tiempos en los que las víctimas son subidas al pedestal por el solo hecho de ser víctimas. Ahora, ¿la victimitud es algo que se gana con esfuerzo? ¿Por merito propio? Yenesepá. ¿Y a los que no la padecen...? Hay que tratarlos como el culo, con resentimiento, porque, justamente, no la padecen. A la vida no la padecen. ¡Entonces que se las arreglen solos, soberbios reventados! Soberbios que, sobra la aclaración, no le hacen mal a nadie salvo a los que sí, salvo a los que pretenden ser sus salvadores, a los que viven de demostrarle al mundo que ayudan víctimas y por eso son dignos y morales. ¿O no ves que estoy publicando una foto de Ludmila que necesita plata para la operación a corazón abierto? YO SOY EL BIEN. (Que lo parió…). 

La cuestión es que si la vas de perdedor no les vas a oler a presumido, a nariz parada, a soberbia, son los únicos aromas que perciben esos seres, los resentidos. Te tendrán rencor porque más o menos te las arreglas y entonces no los necesitas, y porque no supieron hacer de su vida algo que les guste, algo que les valga la pena, o no pudieron. Sea como fuere y para redondear, si no mencionas tus logros es menos probable que te tengan bronca por debajo de la alfombra.

El doctor que chismeaba muy entusiasmado el discursete sobre los antihéroes se dio por aludido y me miró, se ve que se sintió observado, o escuchado. Hay miradas que matan y otras, como la mía, que levantan la perdiz. Bajé automáticamente la cabeza porque estaba la mar de interesante lo que decía pero no retomó la conversación. Quedaron un momento en silencio, luego la médica con la que compartía la mesita se levantó con su teléfono en la mano y salió del pequeño barcito. El médico volvió a mirarme, algo avergonzado y perseguido. Miró la hora. También agarró su teléfono y se sumergió en él. Pedí un triple de jamón y queso al final, y una coca, y galletitas para ella y un té. Eran las 13:20 de la tarde. Todavía ignoraba lo que me deparaba el depravado destino. Capítulo siguiente

Continuará...



jueves, 1 de julio de 2021

CAPÍTULO 550 "EL VÉRTIGO VACÍO"

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Y mientras me dirigía hacia el laboratorio nuevamente, ahora con el tarrito de la orina, suplicándole al destino que tratara de no empeorar las cosas, que no estuviera escrito que a la vieja se le diera por quitar la baranda y caer al suelo para así quebrarse la cadera o desencarjarse la mandíbula, mientras esquivaba gatos de hospital, algunos muy magullados, otros menos, sentí el terror que hacía tiempo no sentía, ese vértigo de quedarme sin relato, sin algo que decir, en el vacío, catatónica de pluma, como la primera vez que me llegué a la colina de Sevilla y tras ver a Quintero y a Gala... el desahucio, la sensación de la nada por culpa de la meta cumplida… Recuerdo haberle comentado al loco en nuestro primer encuentro, frente a frente, se suponía vos eras una meta imposible, que me tendría escribiendo para siempre. Pero no, al parecer y para jodernos bien la vida si uno se propone algo, en general, lo consigue. 

¿Y ahora qué?, recuerdo que pensé con la maleta en la mano, llegando a la puerta de mi magro hostal. ¿Y ahora qué? El climax acababa de suceder. El aquelarre de absortitud por haber logrado ver a los dos musos, juntos, aquél día que la tele dijo se alineaban los planetas. Descubrir que se llevan medio como el culo, que Quintero no soporta a Antonio porque se pone a hablar y no para más y a ver que le quite el protagonismo el poeta de Brazatortas. Quizá a alguien más le hubiera decepcionado pero a mi me encantó. Se aman, se pelean, se vuelven a amar. Será la última vez que se hayan visto en vida. Antonio ya no sale de la fundación desde antes del lío este y Jesús está parecido, en su rinconcito de Huelva. Como si se hubieran juntado para mi, me dice el ego al oído.

Por lo pronto sin relato no iba a quedarme gracias a la ineptitud del sistema sanitario argentino, que son los argentino, valga la redundancia. De vuelta esperando en el laboratorio. Dejé el tarrito lleno de líquido amarillo a la chica astronauta, me atendió nuevamente por la ventanita de la puerta. Me quedé parada un momento mirando los enormes jardines, la poca gente que iba y venía en el supuesto “hospital colapsado”, decía la tele. ¡Colapsada están las terapias, negacionista!, chillaría algún hinchapelotas de los que cree a rajatabla lo que le dice la boba caja. Y la verdad es que no podría responderle porque la terapia de este lugar no tenía idea de en donde quedaba y para ponerme a investigar necesitaba antes comer algo. Tenía hambre. Caminé por el senderito que me devolvía a la guardia y a lo lejos vi el bolichito en donde los médicos iban a almorzar, en donde alguna que otra vez habíamos comido con ella tras una caída en la calle, tras una bajada de presión, ya no recuerdo. Se me ocurrió llegarme hasta ahí, comprarle algo para que picara y un sanguchito para mi; teníamos al menos una hora más por delante hasta que estuviera el resultado del análisis y de paso paraba la oreja, a ver si escuchaba algo interesante de boca de algún doctor sobre las bambalinas de la pandemia en el Tornú. CAPITULO SIGUIENTE

Continuará...




domingo, 16 de mayo de 2021

Capítulo 549 "Los verdes campos del Tornú"

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Era el mediodía, ya hacían tres horas que estábamos ahí. Y cuando las papas queman las soluciones afloran, uno las hace aflorar, lo que parece imposible, lo hacemos, en honor a la frase, como no sabía que era imposible lo hizo. Por eso hay que alcanzar el punto de Kafka, en donde no hay retorno, porque si hay retorno uno en general se vuelve a la zona conocida, a donde se siente seguro, si no hay retorno no queda otra que avanzar, mirar adelante, alguna puerta siempre hay y recién entonces la vemos. La abrimos. La cruzamos. Yo acá había sido enviada de una patada en el culo al punto sin retorno, y pensaba que sí era imposible, pero no, afloró la chata, que cuando estuvo quebrada de brazo en el 2016 y se mareaba se la ponía y hacía sin levantarse de la cama. Salí presurosa y sintiéndome un poco más superviviente, más fuerte, más independiente, porque se me había ocurrido flor de solución para el entuerto de marras. Caminé hasta el bañito que estaba a pocos metros de nuestro gabinete y ahí, que ya las había visto en una de mis incursiones, las chatas de plástico esperando a por mi. Sentí el alma henchida, aproveché que nadie veía y me quité el mierda barbijo, respire un poco; o el baño estaba limpio o tenía la covi, una de tres, porque no olía nada de nada. Joé.

Agarré una, la que me pareció más acorde a su anatomía y la enjuagué en el pequeño lavatorio, como pude, era bastante chiquito pero peor era nada. Crucé rauda y veloz hasta el gabinete y le informé de la empresa venidera, teníamos que juntar el pis para el análisis y ella iba a tener que cooperar. Sin problema bajamos los pantalones y le saqué el pañal, por suerte no lo había usado todavía, otro de mis temores era que no tenía repuesto y si se inundaba qué hacía. Presente, Marina, el presente, no es momento de pensar en catástrofes futuras que quizá no pasen, que por ahora ya tenes el cupo lleno. Levantó el culo muy atléticamente, a pesar de estar encerrada hacía meses la tipa no había perdido su estado, me dio alegría, me derribó un montó de mitos e imaginaciones: que el encierro la dejaría sin memoria alguna, que la iba a dejar lisiada, etc. Pues no, por ahora nada de eso había pasado salvo que estaba sí un poco más desconectada, por momentos. Puse primero la chata, bien atrás para no mojar nada que quien sabe cuánto íbamos a tener que estar en esa camilla magra. Luego destapé el tarrito y lo dejé cerca, presta a ponerlo debajo en cuanto saliera el chorrito. Salió. Junté sin problemas hasta que me pareció suficiente y con una enorme felicidad le puse la tapita y lo dejé a un lado. 

Trencito Almodovardelrieño
Ella terminó el mandado, llevé la chata al baño, la enjuagué nuevamente y la dejé en su lugar. Mientras hacía esto me di cuenta de que casi no usaba el barbijo, no me daba cuenta, y nadie me decía mucho, cuando me decían me lo colocaba tras pedir disculpas; no era de renegada, era de agotada. Mientras hacía esto recordé mis recientes y aventureras épocas, en las que para conseguir acción para el relato, para detonar los sucederes me cruzaba el Atlántico, le tocaba el timbre al periodista de los silencios, me tomaba el tren a las siete de la mañana para llegarme hasta un pueblito recóndito en el medio de los verdes campos andaluces… No supe si reír o llorar, por un lado ahora me iba a salir más barato, por un lado ya no necesitaba hacer tanta parafernalia para conseguir acción (gracias pandemia), pero por el otro… Me sentí vieja, aburguesada y miserable. Me acordé de Rocío, de su piso, de Begonia, de la noche en Ubrique con él que nunca llegué a relatar. La miré. Claramente iba a tener que hacerme relato de otra manera porque había ahora otra prioridad, una atadura que nunca antes había tenido. Lo mismo habrá sentido ella cuando nací, se lo iba a preguntar pero como casi que intuía la respuesta callé. Le pedí que tratara de no sacarse el suero, la ayudé a vestir y la tapé con su gabán, hacía un poco de frío, agarré la orina con la orden y enfilé de nuevo para el laboratorio, atravesando los verdes campos del Tornú. CAPÍTULO SIGUIENTE

Continuará...



domingo, 2 de mayo de 2021

CAPÍTULO 548 "VOCACIÓN DE PERROS"

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Eran las diez y cincuenta de la mañana. Camino al laboratorio con el tubito de sangre en la mano y el corazón en la boca, tenía miedo de volver y encontrarla seca en el piso, que a ver si alguien se iba a ocupar de que no sacara la baranda. El Tornú es un hospital divino, puro parque, si una se olvida que es un hospital es como estar de picnic. El sol que había era maravilloso. Nos sobraba la pandemia nomás (y la estupidez humana). Toqué el timbre de la puertita que decía eso, toque timbre y espere. Estaba yo sola. Al rato salió una chica con cofia y barbijo, me recibió la sangre y que volviera en una hora y media. Tenía hambre. Nervios. Los mensajes de mis clientes ansiosos por ser respondidos respingaban en mi teléfono celular. La era de la ansiedad. De la no incertidumbre en absoluto. De la no tolerancia al espere, porque es sabido que si no obtenemos la respuesta, sea cual sea, algo terrible ocurrirá, no sabemos qué, pero algo terrible y por eso la imperiosa necesidad del ??? al final de la consulta harto importante: tenes shampoo para pulgas pero perro con rulos??? Y yo pienso, si supiera, si supiera que no hay dónde llegar seguramente andaría con menos apremio.

Volví presurosa, acá si había un a donde llegar, era al cubículo en donde había quedado la Vieja con su suero incrustado y la baranda enclenque que podía sacar en un abrir y cerrar de ojos, que si encima se caía… La había sacado. Pero no se había movido de la camilla. Dada vuelta de espaldas a la baranda y de cara a la pared, con la manguerita del suero tirante que no supe cómo no se le había salido, reposaba. Respiré. Me senté un momento a su lado, en una silla que supe traerme de por ahí, cual delincuente, que en el hospital público se piensan que los acompañantes somos Highlander, que no nos cansamos, que no nos estresamos, que no nos da sueño ni ataque de pánico y gracias que nos admiten, eso dice la mirada que nos echan desde las alturas de su pseudopoder.

Me quité el barbijo, no podía respirar, me estaba bajando la presión, la espalda me dolía y los oídos empezaron a zumbarme. Salí del lugar y busqué otro gabinete, había varios vacíos, me metí en uno, cerré la puerta y me tiré en la camilla, boca arriba. Me sentí mejor. La guardia era una catacumba, no se escuchaba nada. Poco a poco la sangre volvía a la cabeza, los zumbidos menguaban, no soy ducha para estos asuntos, advertí, como si no lo supiera. Así me quedé un rato, cuando sentí que ya no me mareaba al pararme volví a su lado. ¿Y el análisis de orina?, me di cuenta, ya sentada, que sólo había llevado el tubito de sangre, y la orina, de tener que llevarla yo, era al mismo lugar, ¿o no? Le pregunté a mi madre si no le había comentado que tenían que hacerle orina, por si estaba desvariando. No, respondió. Volvió a ponerse boca arriba que casi se arrancó el suero, no podía moverme un minuto de su lado. ¿Puede venir un momento?

Adiós, gordo querido...
Me asomé. El creo que enfermero repitió lo mismo pero mirándome. ¿Yo? ¿Que yo vaya? Si, si, vos, tenes razón, hay que hacerle orina a tu mamá, tomá, estiró la mano con la receta desde su mostrador extraño. Me encajó el muy hijo de puta el tarrito y yo ya sé que les pagan poco y trabajan en condiciones desgastantes y que el Estado desmantela el sistema año a año pero si no tiene vocación ¿por qué no se dedica a pasear perros? ¿A algo que no demande a gritos la vocación? Ya había pasado casi la hora y media de la sangre, ahora íbamos a tener que esperar quién sabe cuánto por el resultado de la orina, dios mío. Miré el tarrito. ¿Cómo iba a hacer para que la vieja pillara en ese diminuto receptáculo? Entré. La miré. Intentaba arrancarse los aritos de las orejas, me apuré a quitárselos y casi me sulfuro con ella, claramente la vieja no estaba bien. Eran las 12 del mediodía. CAPITULO SIGUIENTE

Continuará...

domingo, 21 de febrero de 2021

CAPÍTULO 547 "CIRCO VID"

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Casi todo el mundo piensa que sabe qué es una emoción hasta que intenta definirla. En ese momento prácticamente nadie afirma poder entenderla. Parada al lado de la camilla esperábamos las dos que alguien nos diera bola. La guardia, a diferencia de lo que decían los medios de comunicación, prácticamente vacía. Veníamos a por un nuevo parche. Y así hasta la finitud. Si yo tuviera la certeza de que cuando ya no queda mucho por hacer no se la pasa uno mal… pero no la tengo, no sé si ella sufre o no sufre este artificial y al ñudo estiramiento de la vida. Sino ensañamiento. Si hubiera decidido no operarse del cáncer hace dos años posiblemente ya no estaría conmigo. ¿Y?, pensé y me espanté. ¿Cómo y? ¡¿Cómo Y??! ¡Es la muerte de la madre, Marina! El evento bisagra en la vida de todo el mundo. Si no se hubiera operado no estaríamos las dos esperando. Ni la una. No estaría un lunes por la mañana, recién arribada de los madriles, en la guardia el Tornú, esperando. ¿Cómo YY, nena?

¿Y?, preguntó la Vieja desde las catacumbas, algo disgustada, al menos asomaba una expresión, un sentimiento, un algo de su desvencijado cuerpo. El camillero, como si la hubiera escuchado, se acercó y la llevó hasta uno de los compartimentos, si es que se llaman así, y rápidamente la pasó a la otra camilla, a la que no tiene rueditas y sí una baranda que no se preocupó en trabar. Ni nos miró al salir. La sensación de que iba a ser un largo día. Tuve la intención de aprovecharlo didácticamente, para ejercitar los límites de la tolerancia que tan acotados tengo. La tolerancia con la demagogia, con la ineptitud, con lo no pragmático, con la falta de luces y destreza y--

Una chica de delantal blanco me llamó. Jovencita. Desde detrás del mostrador me mostraba una planilla al tiempo que me preguntaba si yo era la hija. Sí, respondí. Para mi sorpresa era amable y miraba a los ojos, escuchaba atenta. Me preguntó qué le había pasado, repetí lo que me habían dicho en la residencia, los dos desmayos. ¿No es que tuvo convulsiones la abuela? Eso me dijo la médica de la ambulancia, afirmó con el ceño fruncido. Quedé perpleja. ¿Convulsiones? Nadie me había hablado de convulsiones. Miré a mi alrededor. Cuánto desamparo. El mismo desamparo que habrá sentido ella cuando me llevaba de madrugada al Pirovano, otorrinolaringología, porque mis dolencias auditivas eran crónicas. Nos pasábamos miles de horas ahí, un horror y al pedo porque ahora tengo otoesclerosis y me estoy quedando medio sorda.

¿Convulsiones?, repetí. Miré la medicación que habían anotado en la planilla. No era la que tomaba mi mamá, me la sé de memoria. ¿No toma ella esto para las convulsiones? ¡No!, respondí, ya algo alterada aunque mis alteres suelen ser de medio pelo, significa esto que pasan desapercibidos. Hasta que estallo. Decidí llamar al hogar para ver qué había pasado y me mandaron por whatsapp foto del papel con la medicación que le habían dado a la doctora de la ambulancia, que ya se había ido porque es un servicio privado. Era correcta. El quilombo lo habían hecho en el hospital pero no dije nada porque a ver si les caíamos mal de entrada, luego nos iban a dejar para último orejón del tarro y yo me quería ir YA.

Cerré el pico que no se notó porque tenía puesto el mierda barbijo. Al menos en ese contexto era algo coherente llevarlo. Le indiqué la medicación correcta y tomó nota la pelotuda. Ya no me parecía amable y mis intenciones de estiramiento de límites habían sido olvidados. También habían anotado mal la edad y el nombre, no es Evangelina, es Edelmira. Corrigió. Respiré hondo. Sólo ver unos minutos las bambalinas de la salud me bastaban para confirmarme que el virus mortal no lo era tanto, estaríamos todos muertos. Le sacaron sangre, cosa que siempre cuesta porque tiene las venas para adentro, así que me rajaron del cubículo y tardaron un rato. Y si no pueden qué. Pero pudieron. Me dieron el tubito con un papel pegado para que llevara al laboratorio que quedaba saliendo para la derecha, luego siguiendo el camino hacia el pabellón amarillo y pasando a la izquierda la puertita. 

¿Por qué nos cuesta tanto a los humanos atravesar estos momentos? ¿Por qué uno prefiere estar en casa leyendo a llevar el tubito de sangre al laboratorio? Si las dos situaciones aportan novedades al espectro, ¿no? ¿O no? Ya sentía el cuello duro de la tensión. Tomé el tubito por donde menos impresión me daba y salí para donde me había indicado la doctora pelotuda, temiendo, como no, que sacara la baranda y se cayera, que se arrancara el suero que acababan de ponerle, ya que le había pedido encarecidamente que no lo hiciera. Ya eran las diez y cincuenta de la mañana.

Continuará...

domingo, 14 de febrero de 2021

CAPÍTULO 546 "CONDIMENTO PERNICIOSO"

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Hay que moverse del eje para producir conocimiento, al conocimiento hay que provocarlo, pensé, en otro intento de contener la angustia. Quienes dedican la vida a aprender y luego lo comparten, esos son los que menos peor se la pasan, ese es el camino, la verdad y la vida, no dijo Cristo porque no le convenía, que la gente piense, que conozca, se quedaba sin fieles el hombre, que era bueno pero no buenudo. Porque quienes conocen saben y si saben el ego huye y si el ego huye no hay resentimiento y si no hay resentimiento llega la paz (todos de pie). Y si esta receta fuera aplicable a la vida me llenaría yo de plata y de fama pero como no lo es me salvo de ambos condimentos perniciosos. En realidad el perniciosos es uno, ni me lo diga, como con la droga o las pestes, la enfermedad no existe, existen los enfemos, ¿no? ¿O no?

Mi madre nunca tuvo paz, cuando se viene de fábrica con problemas de estima no hay con qué, ella es el ejemplo viviente, no hubo psiquiatra en esta tierra que dé en el clavo, ni terapia, ni psicoanálisis; ni amor ni odio; ni hijo ni esposo, nada supo resolverle el asunto. La tortura de necesitar demostraciones de estima a tiempo completo, un calvario, porque si no te demuestran es que no te están apreciando y entonces arde Troya, se desmayaba en cualquier parte, un pseudodesmayo, no sabemos si consciente o no, pero quedaba espatarrada en el piso y todo el mundo mirando, en el acto del colegio, en la casa de mi abuela; o decía barbaridades de pronto, barbaridades jodidas en medio de la reunión si no era ella a la que ponían atención. O quizá se aburría, no era necesidad de estimación sino que le parecía idiota lo que conversaban, vaya una a saber. Es un calvario aunque se sobrevive, es también ella el ejemplo viviente de eso. 

Rápidamente llegamos al hospital Tornú, el tipo casi se equivoca y entra a Lanari que está pegado, la médica se dio cuenta y le indicó bien. La ambulancia se bamboleó en la rampa y mi mamá abrió los ojos, le costaba despegarlos, acá la palma, pensé, se la veía muy débil, pálida, casi no podía abrir los ojos, sin sus dientes. Se había desmayado por la noche y esa misma mañana, como un desmayo cortito, pérdida de conocimiento, me había explicado Sabina cuando me llamó por teléfono. ¿Podía alguien morirse de desmayito? La ambulancia estacionó frente a la guardia y la médica se bajó con una planilla en la mano. Llegamos, ma. Abrió más los ojos y estiró un poco, lo que pudo, el cogote. Le habían puesto un cuello ortopédico, no sé para qué carajo porque no se había golpeado ni nada, pura parafernalia, como todas las medidas sanitarias últimamente hablando. La asistente había llegado a atajarla en el aire, como el chiquito Romero en los penales contra Holanda.

Abrieron las puertas, me puse de pie de un salto, amagué a ayudar pero el camillero, canchero por naturaleza, en un canto de gallo la tenía abajo con camilla y todo. Enfilaron por la rampa hacia la guardia. El piso del hospital es un espanto así que el cuerpo se le desparramaba para un lado y para el otro. Ella, inmutable. Yo los seguí a pocos pasos, con la garganta hecha un nudo. Desde aquél cáncer del 18 que no volvíamos, acá la traje un domingo cuando comenzó con las pérdidas. No, por un desmayito la gente no se muere pero el desmayito puede ser producto de algo peor, mucho peor. Un ACV, por ejemplo, y ahí si que hay gente que no cuenta el cuento. Abrieron la puerta de la guardia y entramos. Todos embarbijados. No quise ni pensar en cómo íbamos a hacer para volver a la residencia, ¿sería que me dejaban volver con ella o habría que dejarla internada hasta que le hicieran el famoso hisopado? ¿O tendría que llevármela a casa? En ese caso tenía que pedir una cama de prestado, ¿y a quién? Hay que moverse del eje para producir conocimiento, al conocimiento hay que provocarlo... ((Sigue)

Continuará...